La comparación en estas circunstancias es casi tendenciosa. Hace solo unas horas, Jorge Sampaoli condujo una campaña casi impecable que clasificó a Chile a un Mundial. Las emociones son aún patentes, la memoria está muy fresca. La afinidad está a flor de piel como para el análisis templado. Sampaoli se constituyó como uno de los técnicos más exitosos de la historia de nuestro fútbol -sumado su paso por Universidad de Chile- y no es utópico que pueda transformarse en el entrenador que mejor rendimiento le saque a una selección en una cita mundialista fuera de Chile. Bielsa ya fue.
¿En qué se distinguen? A Sampaoli lo guía su pragmatismo; a Bielsa, su ética. A Sampaoli aún lo mueve la ambición de hacerse de un nombre propio en el fútbol; Bielsa hace rato que se ganó un espacio y más parece buscar un lugar en el que su trascendencia se sienta cómoda.
Parece que el concepto clave para diferenciarlos es flexibilidad. A simple vista, el seleccionador es capaz de enmendar y salirse del libreto establecido con mayor facilidad, o menor trauma, que el rosarino. El movimiento de piezas y reforzamiento defensivo que hace con Ecuador respecto del partido con Colombia, por ejemplo, es impensable si hubiera estado Bielsa en la banca nacional. Sin renunciar a la verticalidad ni a las transiciones ofensivas que ambos estrategas propugnan como parte fundamental de su filosofía, hay en "la experiencia Sampaoli" un sentido de adecuación al rival más evidente, sobre todo cuando el oponente posee un peso específico mayor. En ese contexto, Sampaoli es resuelto; Bielsa, atrevido.
El entrenador nacional es un tipo funcional a los objetivos. Práctico hasta el límite de la impaciencia. Comparativamente, su persistencia para lograr el retorno de David Pizarro fue más aguda que los esfuerzos de Bielsa para conseguir lo mismo, independiente de que "el momento" personal que vivía el jugador fuera distinto en ambos períodos. Está más que claro que Sampaoli quería en el plantel al volante de la Fiorentina por la seriedad y compromiso que representaba su presencia, incluso por sobre el indudable aporte en cancha. Ni hablar del caso de Jorge Valdivia. Teniendo en cuenta la carpeta de antecedentes conductuales y las ácidas declaraciones posteriores al famoso "Bautizazo", y pese a ser de su gusto futbolístico, el jugador del Palmeiras habría tenido -creo- grandes dificultades para ser convocado por Bielsa. Su colega no se hizo problema alguno, y a la larga consiguió tener a un Valdivia redimido y gravitante (contra lo que varios sosteníamos).
Y finalmente: la cercanía. La afinidad de Sampaoli con el plantel no fue una operación de autoridad más rigor. Ni menos de imposición. Su empatía con los jugadores ha sido un proceso evolutivo, que se desarrolló en la urgencia por mejorar, pero que tuvo un factor ventajoso sobre Bielsa: el de las confianzas adquiridas con un grupo importante de jugadores tras su paso por la U. Sin intermediarios tan visibles como lo fueron Berizzo o Bonini en la era Mundial 2010, Sampaoli conquistó un grupo con un discurso directo y emotivo, tal como se expresaba cada vez que habló públicamente. Esa claridad, exenta de sofisticación o de ambigüedad, fue decisiva para transmitir un discurso que en la era Bielsa también obedecieron, sin necesariamente compartirlo.