Ya desde sus primeras obras, proverbial ha sido la afinidad de Francisca Sutil con el grabado. Hoy, en Galería Animal, vuelve a demostrarlo. Y como acostumbra, lleva a cabo su empresa a través de la vitalidad de la abstracción, que bien lejos se halla de siquiera pensar en morir. Formas ovoides, ahora levemente más aguzadas, son las protagonistas que, como gotas o amebas, prolongan la “Serie “Mute”. Estas, al aglomerarse, definen ondulantes ritmos libres, plenos de un dinamismo que emerge desde su interior.
Las imágenes esenciales se repiten varias veces, creando variaciones con algo de inquietante, pues parecieran desear distorsionar, romper por sí mismas el ordenamiento reinante. Por su parte las coloraciones se restringen con severa voluntad gráfica: dominan los grises, el blanco y negro, la monocromía apagada, sólo tres veces se presenta el rojo solitario. Sin embargo, en cada lámina se logra una sutil vivacidad de color y de claroscuro, capaces de provocar atmósferas visuales muy propias.
Dentro de las 24 aguafuertes en formato amplio y de 2013 expuestos —ediciones de 20 y 40 ejemplares, más pruebas de artista únicas—, hay algunas que alcanzan especial atractivo. De ese modo tenemos el grupo de seis grabados “Mute” —N° 13 al 17— , donde ya no se divisan las floraciones o tejidos vegetales de otros trabajos, sino que creeríamos entrever, aquí, una sucesión de mantos escamosos, asociables a animales de ensueño. Asimismo, destaca un par de obras muy hermosas que, temáticamente, se apartan del resto de lo mostrado. Se trata de “Mute” números 25, con color, y sobre todo 22, en blanco y negro. Ahí, se desarrollan simples formas elípticas que terminan por convertirse en manchones, formalmente elocuentes, poderosos; ellos llegan a incluir la salpicadura producida por la vehemencia operadora del gesto manual.
Envío a Feria de Miami
En su local santiaguino, Galería La Sala nos anticipa su próximo envío a la Feria Spot Miami del mes de diciembre. Lo integran seis autores nacionales sumamente distintos entre sí. De esa manera, alrededor de Arturo Duclos participan nombres más bien nuevos en nuestro medio. Dos de estos últimos merecen mostrarse en el extranjero. Son Marco Bizarri y María Elena Naveillán. El primero ofrece la interesante evolución de un rostro humano, que va descomponiendo, con vigor plástico, desde un asedio pictórico a lo figurativo hasta concluir en un gran collage, relieve compuesto por madera, cartón, lona y pigmento, y donde desaparece del todo lo reconocible. Naveillán, por su parte, recurre al empleo de los caracteres tipográficos, tan utilizados por la constructiva revolución iconográfica de comienzos del siglo XX. Y sabe comunicar personalidad, gracia propias y aire contemporáneo a sus cuatro collages, más volumétricos que en el caso del artista anterior. Respecto a los otros tres integrantes del grupo, el hiperrealismo de Guillermo Lorca convence mejor con el retrato minucioso de una anciana que con los perros perjudicados por la presencia de la almibarada niña de almanaque infantil que los acompaña. De las telas con cierto dejo surrealista no figurativo de Isabel Brinck, debemos decir que resultan impersonales, anémicas en cuanto a dibujo y color. Las cajas de luz —un tríptico pequeño y una pieza mayor—, en el caso de Gonzalo Sánchez, emergen más atractivas que, dentro de ellas, los rostros femeninos, convencionales, sin individualidad alguna, que los protagonizan. El participante de carrera internacional, Arturo Duclos, por último, ha tenido el cuidado de contribuir con dos de sus características pinturas de los años 1994 y 1995, entonces enigmáticas, sugerentes, plenas de inventiva.