A propósito de las últimas polémicas referiles, jamás hay que perder de vista que desde toda perspectiva será preferible que los árbitros se equivoquen o no tengan criterio a que sus fallos tengan un carácter tan discrecional que solo el juez los justifique y que terminen afectando a determinados clubes. O si usted prefiere: a que los colegiados favorezcan la generalidad de las veces a algunos equipos.
Ya sea porque la televisión revela la trascendencia y grado de los errores sin intermediarios, porque el nivel de exigencia y competencia arbitral aumentó desmedidamente, o porque el mismo poderío de los clubes grandes ha disminuido en aras del crecimiento del resto, el antiguo modelo referil chileno ha mutado notoriamente a un sistema más equitativo. Igual de imperfecto en su ejecución técnica, pero significativamente más ecuánime.
Desde hace más de una década, los árbitros chilenos y el sistema que los amparaba dejaron de favorecer abiertamente a Colo Colo, la U y, en menor grado, a Universidad Católica. El listado de saqueos monumentales, la avalancha de cobros dudosos, el carnaval de sanciones vergonzosas o los incontables criterios disímiles son parte de la historia antigua. Hoy pasó de ser normal observar las despreciables performances referiles de Alberto Martínez, Víctor Ojeda, Guillermo Budge, Néstor Mondría, Enrique Marín Gallo, Eduardo Gamboa o Rubén Selman -por nombrar a algunos-, quienes optaban por tener una tarde sin sobresaltos y una semana recibiendo halagos antes que impartir justicia durante 90 minutos.
Ciertamente que no es lo óptimo contar con un cuadro de discretos réferis con poco feeling futbolístico, falta de personalidad para administrar justicia y limitado conocimiento para aplicar el reglamento. Y puede que hoy, incluso, cometan la misma cantidad de fallos gruesos a lo largo de una temporada que sus antecesores. Pero hay algo que los diferencia y por lo cual se debe defenderlos a ultranza: sus desaciertos no tienen camiseta ni benefician a los grandes. Otrosí: pese a todos sus déficits, son contadísimos los actuales réferis que permiten que los jugadores con ascendiente se pongan a dirigir el partido y prácticamente ninguno se deja intimidar por algún técnico ventajista o futbolista con pretensión de líder.
El efecto democratizador de los arbitrajes ha tendido claramente a redistribuir el poderío de los clubes o más bien a acercar a los chicos con los grandes. Y la influencia de los jueces debe ser objeto de un pormenorizado análisis en la evolución de las campañas de los clubes desde fines del siglo pasado. El estudio, en todo caso, requiere una medición extraordinariamente compleja, porque la línea diferencial entre intencionalidad con incapacidad puede ser muy fina. Pero a nadie le debería extrañar que la pérdida de este factor coadyuvante opere como una de las variables clave para explicar la declinación de algunos y el ascenso de otros en el presente del fútbol chileno.