Si un burro está a igual distancia de un montón de avena y de un balde de agua, muere al no decidirse nunca entre ambos. Este ejemplo -realizado por Jean Buridan en el siglo XIV para resaltar la relevancia de la razón- sirve para ejemplificar lo que está pasando con la campaña de Matthei.
A dos meses de haber sido proclamada, y a menos de dos meses de las elecciones, Matthei -pese a su inteligencia- todavía no se logra decidir entre la avena y el agua. Y su candidatura ha quedado en la mitad, con el pulso y la presión debilitados.
No ha sido fácil su campaña, de eso no caben dudas. Ha tenido que enfrentar el amplio favoritismo que desde hace 4 años ostenta Bachelet. Ha tenido que enfrentar la improvisación obvia que significó una candidatura surgida a última hora. Ha tenido que enfrentar el profundo desánimo de la Alianza, que no ve posibilidad de lograr el triunfo. Ha tenido que enfrentar los pecados pinochetistas que tiene el sector. Ha tenido que enfrentar la escasez de recursos de un sector empresarial que está jugando sus fichas a ganador.
El diagnóstico común es que la elección está perdida. A menos que ocurra un milagro, Bachelet no es posible de derrotar. La pregunta, por lo tanto, es cómo conviene perder. Y es aquí donde se han enfrentado dos tesis contrapuestas.
Están quienes piensan que hay que morir con las botas puestas, adentro de la trinchera, enarbolando los principios del sector, condimentados con una cuota de campaña del terror.
Están quienes, por su parte, piensan que la derrota debe servir para mostrar una "nueva derecha" más moderna, más inclusiva y menos dogmática, de cara al futuro.
Pero como en el "asno de Buridan", la candidatura no ha comido avena ni ha tomado agua.
Quienes creen en la primera tesis, señalan que si no se logra motivar al tercio de derecha tradicional con sus temas, se corre el peligro de que el 17 de noviembre se transforme en el 17-N, un tsunami peor que el 27-F. Si el votante tradicional de derecha no se entusiasma con Matthei y no vota en la parlamentaria, el peligro no solo es que haya doblajes sino que triplicajes. Y tienen razón.
Quienes creen en la segunda tesis, señalan que si no se renueva el discurso de la derecha y se ratifica una visión dogmática en lo económico, temerosa en lo político y ultraconservadora en lo valórico, la derrota del 17-N será irremontable por muchos años. Y tienen razón.
En medio de esta indefinición se agrega un problema adicional: Piñera está jugando su propio partido, sembrando semillas que espera cosechar solitariamente en 2017. El problema de ello es que no solo le ha quitado protagonismo a Matthei, sino que son muy pocos en el sector los que lo pueden acompañar.
¿Qué debe hacer Matthei entonces?
Evidentemente, el peor escenario es la indefinición actual. La respuesta -pese al poco tiempo que queda- debiera ser una mezcla de agua y avena, para sacar la mayor cantidad de votos y sembrar un discurso de futuro.
Primero, enarbolar aquellas cosas que están completamente vigentes en el ideario de centroderecha: la libertad individual, el crecimiento, el empleo, el orden público y el fomento al emprendimiento.
Segundo, abrirse en áreas donde la derecha chilena ha sido obtusa. En vez de señalar que una reforma tributaria es un torpedo, proponer cambios a la legislación tributaria que fomenten el crecimiento y propicien más equidad. En vez de señalar que un cambio de Constitución sería parecerse a Venezuela, proponer cambios a la actual Constitución de 2005 para perfeccionarla. En vez de "defender el derecho a la vida" a ultranza, abrirse a las excepciones que existen en casi todos los países del mundo. Etc., etc., etc.
Finalmente, y en esto debe colaborar Piñera, apalancarse del tercio de popularidad del gobierno, para resaltar los logros conseguidos y sumarse a su discurso de centro evidenciado en las últimas semanas.
Es difícil y doloroso planificar una derrota. Pero hay veces en que es realista y conveniente hacerlo. El consuelo está en lo que dijo alguna vez Saramago: "La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva".