El tenis chileno vuelve a estar en el escalafón subterráneo de la región, que en el orden mundial también está más cerca del fondo que del ápice. El fin de semana pasado, República Dominicana se paseó con el equipo chileno en la Copa Davis y después de 22 años lo hizo descender a la Zona II Americana, algo parecido al potrero tenístico. Lo peor de todo es que a nadie parece importarle mucho. Si no fuera porque estaba el gran proyecto que es Christian Garín como segundo singlista, se puede apostar -sin temor a perder- que más de la mitad de los chilenos aficionados al deporte se habría enterado tardíamente. La audiencia de los partidos en televisión fue bajísima, casi marginal, y la cobertura en general que tuvo esta participación en los otros medios masivos debe ser de las más escasas de las últimas dos décadas.
A diferencia del fútbol y la selección de Chile, la fidelidad del público y los sponsors con el tenis y el equipo de Copa Davis tiene un carácter exitista que lo obliga a tener una renovación permanente. La comunión hinchas-jugadores-auspiciadores funcionó cuando esa camada excepcional e irrepetible de Ríos, González y Massú defendía los colores nacionales, pese a que los resultados nunca lograron satisfacer completamente la expectativa. Ahora no parece verse luz al final del túnel y la única acción que se percibe es, paradójicamente, la de la paciente espera a que Garín crezca, se desarrolle, madure y bajo su costo y riesgo cargue al hombro todas las necesidades de triunfo.
Endosarle a Garín o a los otros que vengan el peso de representar al tenis chileno y volver a ubicarlo en la órbita mundial es imponerles una cláusula abusiva en su vida deportiva. Más aún si en el proceso formativo la ayuda institucional ni siquiera cubre lo indispensable y siempre suele ser entregada bajo precarias condiciones. Es probable que la federación tampoco tenga todos los recursos que contemple la generación de talentos y su desarrollo posterior, ni menos cuente con la idoneidad técnica para integrarlos al circuito ultracompetitivo de la ATP. Por eso la desmedida presión que se ejerce sobre estas promesas aparece tan desproporcionada y fuera de foco. Y por eso también que las negociaciones por los dineros de los jugadores para la Copa Davis son tan justificables desde la perspectiva de los deportistas y sus representantes, que suelen ser los padres de los tenistas, los reales inversionistas.
La estéril polémica protagonizada por José Hinzpeter, Belus Prajoux y Horacio de la Peña por el rol de la capitanía de Copa Davis, la conformación del equipo o el aporte de cada quien al tenis chileno es un buen motivo de por qué Garín y los demás que vengan deben alejarse lo más pronto y dedicarse a sus carreras en el extranjero sin tener que asumir ninguna deuda de arrastre ni "compromiso patriótico". Con los actuales actores directivos es imposible que el modelo de generación de tenistas cambie su dinámica interna. La historia ha demostrado que hay ciclos naturales que se deben cumplir, y que la federación, el presidente en ejercicio o el capitán de Copa Davis (dos figuras que hoy da lo mismo si son personas naturales, zombis, marcianos o entelequias) no son los más contributivos a la hora de cimentar jugadores de primer nivel mundial. Y lo que es más grave e incurable: sus conductas operan como barrera de entrada para que haya un efectivo progreso.