Es el año del bicentenario de Giuseppe Verdi (1813-1901) y el Teatro Municipal lo recuerda con un título querido como pocos y también de los más difíciles del repertorio: "El Trovador" (1853), con libreto de Salvatore Cammarano y Emanuele Bardare sobre el drama homónimo de Antonio García Gutiérrez. Una ópera donde algunas de las melodías más hermosas compuestas por el músico de Roncole coexisten con dificultades vocales extremas y con uno de los argumentos más abigarrados y absurdos del teatro lírico.
Konstantin Chudovsky, a pesar de sus tempi rápidos, hizo una cuidadosa lectura de una obra de la que está compenetrado por completo. Dirigió sin partitura y hasta el más mínimo detalle estuvo bajo su control, desde el foso al coro. Una dirección precisa, metódica, certera. Todo funcionó como un mecanismo de relojería. Y esto, sin falta de pasión; al revés, consiguió transmitir las emociones en disputa y también ese sordo rugido subterráneo que habita en las óperas de Verdi y que suele ser cubierto por la melodía predominante. Logró, además, que la Filarmónica, al menos por momentos, alcanzara el elusivo color verdiano, en especial por el énfasis puesto en la reciedumbre apesadumbrada de las cuerdas graves. El mismo Chudovsky es, también, parte del espectáculo, pues nadie puede dejar de observar su compromiso con la música, manifiesto en sus gestos, y el estimulante contacto que mantiene con los cantantes y los instrumentistas.
La dirección de escena de Pablo Maritano resultó totalmente apropiada a esta oscura historia de amor inmersa en una guerra civil. El régisseur exploró en algunas relaciones entre los protagonistas, con encuentros interesantes como ese justo vínculo de fidelidad entre los malvados de la acción, De Luna y Ferrando, y las pertinentes dudas que surgen respecto del amor maternal de Azucena, quien no logra sobreponerse a la venganza. La atmósfera tensa y el turbio nudo social y amoroso quedaron expuestos con claridad. Muy interesante en términos visuales, la funcional escenografía de Enrique Bordolini, una suerte de mecano (el antiguo juego para armar) a partir del cual se construyen las estructuras del fuerte, el castillo, la prisión y el campamento gitano. La luz, de la que es responsable el mismo Bordolini, jugó con sombras y contrastes, dando un leve brillo lunar solo al instante de efímera alegría nupcial que tienen Leonora y Manrico. Quizás algo menos de humo hubiera sido mejor, pero el conjunto estuvo muy bien. Adecuado el vestuario de Imme Möller, aunque pareció extraño el tocado de Inés y no se tuvo en cuenta la figura del tenor.
Este fue un "Trovador" cantado a todo volumen, lo cual termina por lesionar la expresividad y las sutilezas. El tenor ruso Mikhail Gubsky (Manrico) tiene una voz poderosa, pero su canto es abrupto y sin matices; como actor no hace mayor aporte. La soprano Julianna Di Giacomo canta todas las notas y es efusiva en su personal y joven retrato de Leonora, incluso algo aguerrida al enfrentarse con el Conde de Luna (cuarto acto) y al discutir con su amiga Inés (primer acto). Su material es generoso y dúctil, a la vez que la coloratura jamás le es un problema, pero se extraña un legato con intención, los pianísimos que pueblan "D'amor sull'ali rosee" y el subtexto de la palabra verdiana que viene entramado con la música. Elena Manistina es una estupenda Azucena, comprometida en lo dramático y físicamente imponente, dueña de un material que, esta vez, resultó más seguro en centros y agudos que en los graves.
Lo mejor del reparto vino de parte de Vitaliy Bilyy, barítono que ha alcanzado la plenitud como cantante y que maneja con total imperio un instrumento de rango amplio; su autoridad vocal va a la par con su dominio teatral. "Il balen del suo sorriso" fue el punto más alto de la función, donde lució fraseo noble y rotundo gobierno en el tránsito in crescendo hacia "la tempesta del mio cor". Efectivo e participativo en escena, Andreas Bauer sirvió con solvencia al exigente Ferrando. Correctas intervenciones tuvieron Carolina García-Valentín (Inés), Augusto de la Maza (gitano) y Claudio Fernández (Ruiz). El Coro del Teatro Municipal (dirección de Jorge Klastornick) tuvo otra de sus noches magníficas.