Por estos días se conmemoran los 200 años de la fundación de la Biblioteca Nacional, nuestra primera institución cultural republicana. Junto con el grito de independencia política, la joven nación debía construir su propio imaginario de libertad de pensamiento, basado en la representación popular –el Congreso Nacional– y en el conocimiento científico a través de la instrucción, universidad y biblioteca públicas. Fue establecida en 1813 mediante colecta con el propósito de “reunir todas las obras publicadas en Chile y sobre Chile”, según su partida fundacional. Sus colecciones se incrementaron con la adquisición de bibliotecas privadas o dispersas, como la de los monjes jesuitas, Andrés Bello y José Toribio Medina. Funcionó en el edificio de la antigua Universidad de San Felipe, precursora de la Universidad de Chile, en el actual predio del Teatro Municipal de Santiago; luego en la vieja Aduana (hoy Museo de Arte Precolombino); más tarde en un edificio donde hoy se levanta el antiguo Congreso Nacional, y luego en el viejo Consulado, actual Palacio de Tribunales.
En 1913, centenario de su fundación, se colocó la primera piedra de su sede definitiva en los terrenos del antiguo convento de las monjas Claras, en Alameda junto al cerro Santa Lucía. “El Palacio del Libro”, al decir de la prensa de entonces, fue fruto de un concurso público, y es obra del arquitecto chileno Gustavo García Postigo. El proyecto original incluía la Biblioteca Nacional, el Museo Histórico y el Archivo Nacional. El enorme edificio fue construido en etapas, completándose la primera en 1925 y la última, hacia Moneda, en 1963. El cuerpo que enfrentaría la calle Mac-Iver, para albergar el Archivo Nacional, nunca se construyó.
Es un edificio portentoso, tal vez uno de los más ambiciosos jamás construidos por el Estado, magnífico en sus proporciones y detalles constructivos. En su interior, las terminaciones con notables estucos, bronces, forjas, mármoles, frescos, esculturas, carpinterías, ebanisterías, lampisterías y vitreaux, todo encargado a artistas y artesanos nacionales, son posiblemente las más lujosas de ningún edificio público de Chile. Representa el progresismo republicano del primer Centenario, también expresado en otras obras públicas contemporáneas, como el Palacio de Bellas Artes, los Tribunales, las estaciones Mapocho y Pirque, el Parque Forestal y un sinnúmero de monumentos y esculturas que aparecieron en esas décadas. Representa también el rol del Estado en la configuración del escenario urbano. Hoy es un edificio vivo, lleno de actividad cultural, con miles de visitantes al año, y con una colección enorme y fascinante. Visite, lector, ese lugar mágico, repleto de maravillas, tesoro del país. Lleve a sus niños para que queden con la boca abierta, y para que comprendan que hay mucho más en este país que unas comunes y estridentes pantallitas parlantes.