Uno de los legados de Sanfic en sus nueve versiones, es que hemos podido seguir muy de cerca la obra de cineastas norteamericanos de bajo perfil mediático y alto interés cinematográfico, como Andrew Bujalski.
Sus dos primeros largos -"Funny Ha Ha" (2002) y "Mutual apreciation" (2005)- eran piezas encantadoras donde tipos jóvenes se debatían entre sus dudas amorosas, su lealtad con los amigos y sus derivas laborales. "Beeswax" (2009), su tercer largo, era una variante, quizás con más énfasis en la sensibilidad femenina, de estos mismos temas. Las comparaciones que recibió con Eric Rohmer y John Cassavetes no eran infundadas. Del primero, tomó el uso de luz natural, la cámara discreta e invisible, la observación cercana de historias mínimas, cotidianas, donde afectos y deseos se enredan con facilidad. De Cassavetes tomó cierta soltura, la libertad de no sentirse amarrado a una progresión aristotélica, la cercanía con el habla espontánea e imperfecta y el gusto por las habitaciones.
Hay que reconocer, entonces, que "Computer chess" (2013), mostrada en el Sanfic que acaba de concluir, revela un salto enorme en el mundo habitual de Bujalski. Ambientada a comienzos de los ochenta, relata un torneo entre protocomputadores que juegan ajedrez, donde los programadores y sus máquinas se enfrentan hasta dar con un ganador. En el convencimiento de que se estaban dando los primeros pasos hacia la creación de la inteligencia artificial, las conversaciones entre los nerds responsables de cada equipo son delirantes, casi tanto como sus apariencias. Como si esto no bastara, la cinta está grabada -aparentemente- con una cámara de video de la época, en blanco y negro, con esa baja calidad de imagen propia del betamax o el VHS. Cuando internet, los teléfonos inteligentes y los videojuegos son una realidad cotidiana y hasta opresiva, aquella realidad, con solo treinta años de antigüedad, parece un mundo perdido.
Bujalski da así con una idea brillante y llena de posibilidades, cómica por cierto, pero que también permitiría el apunte social y, como no, reflexionar sobre cómo hemos construido una sociedad basada en el trabajo de oscuros ingenieros y programadores cuyos códigos hoy muy pocos están interesados en comprender, sacerdotes de lenguajes indescifrables. Y en un principio el director le saca jugo a su material: en clave realista y seca, los espectadores nos adentramos en las tensiones y complejidades de lograr que una máquina juegue ajedrez a comienzos de los ochenta. La cinta, coral, también logra dibujar algunos personajes y le asigna pequeñas historias a cada uno. Pero a medio camino, quizás falto de ideas, quizás de historias o quizás de fe en que la cinta no terminara convertida en una lata mayor, poco a poco abandona el realismo más duro para coquetear con alucinaciones, la parodia y la caricatura. No es el desmadre de comedia de enredos propiamente tal, pero sí es como si la cinta siguiera el hilo de distintas líneas para llegar a callejones sin salida o, si queremos una metáfora más adecuada, a cables pelados. No se trata de pedirle a Bujalski, o a cualquier director, rigor lineal por el puro gusto de hacerlo, ya que hay películas, ciertamente indispensables, que derivan -buena parte de Cassavetes, el Ruiz de los primeros años, las cinta de Agüero, "En la ciudad de Sylvia", por nombrar ejemplos al azar-, pero en este caso el resultado final deja cierto sabor a decepción, a quiebre de expectativas, donde una película rara, pero desafiante termina convertida en una cinta rara y errática.
Con todo, la misteriosa lluvia final y la bella canción que una desconocida Collie Ryan interpreta mientras vemos los créditos nos devuelven la fe en que Bujalski puede haberse mareado, pero nunca está perdido del todo.
COMPUTER CHESS
Dirección: Andrew Bujalski.
Con: Kriss Schludermann, Tom Fletcher y Wiley Wiggins.
País: Estados Unidos, 2013.
Duración: 92 minutos.