Si se trataba de lucir las grandes cualidades de la Orquesta Filarmónica de Israel, las dos obras que integraron el programa del jueves en el Teatro Municipal no pudieron estar mejor elegidas. Bajo la conducción de Zubin Mehta, su director vitalicio, se oyó el poema sinfónico "Así habló Zarathustra" (inspirado en la obra homónima de Nietzsche), de Richard Strauss, y la Sinfonía Nº 4 de Tchaikovsky.
Strauss se vanagloriaba de poder describir con música lo que le pidieran, y hay pruebas al canto ("Don Juan", "Till Eulenspiegel", "Don Quijote"), pero el vasto mundo de Nietzsche es empresa ardua y se resiste a "traducciones" musicales. No tiene mayor sentido buscar correspondencias, y hay que dejar que la música despliegue su capacidad de abstracción en el marco de una retórica post-romántica de espesas densidades. Si bien las transformaciones temáticas recurrentes en la composición podrían relacionarse con la idea nietzschiana del "eterno retorno", los conceptos de la muerte de Dios o el advenimiento del superhombre, entre muchos otros, exceden toda representación, y ahí opera solo el poder del discurso musical que va más allá de las palabras y que se abre con un amanecer planetario en que la luz emerge desde un oscuro pedal en Do (contrabajos, órgano, contrafagot, bombo), que fue plasmado con un sonido orquestal estremecedor que ya fue toda una experiencia.
Después de estas brumas filosófico-musicales, la sinfonía de Tchaikovsky emergió casi como una obra clásica. Carente de los empastes de Strauss, la magnífica orquestación del ruso permitió un lucimiento más individualizado de las familias instrumentales. Ejemplos fueron la fanfarria de trompetas de la apertura, el solo inicial del oboe del segundo movimiento, que con impresionante fiato y fraseo dejó el pie para una conmovedora y fina versión, y la justeza impecable de los pizzicati en el tercer movimiento. El estrépito del movimiento final ocasionó el fervor de los asistentes y los músicos brindaron, fuera de programa, una virtuosa entrega de "La muerte de Teobaldo", del ballet "Romeo y Julieta", de Prokofiev.
A estas alturas, todo comentario laudatorio sobre Mehta suena a lugar común. Baste decir que su carisma, estilo de conducción preciso y de sobriedad apasionada, absoluto dominio del lenguaje solo al servicio de la música, son un modelo a seguir. Particularmente por algunos directores proclives a oropeles y vanidades.