A Nicolás Massú se le puede reprochar, con el desapego pasional del observador neutro, que haya pospuesto su retiro más de la cuenta. Las últimas tres o cuatro temporadas resultaron para el olvido y lo único que le acarrearon fueron pérdidas para su trayectoria, billetera y orgullo. Pero el oprobio tampoco es mayúsculo si se revisa la lista de deportistas de elite que supo abandonar en el momento preciso. Considerando el perfil combativo de Massú, era imaginable que estirara su carrera hasta un nivel insostenible para alguien que llegó a ser top ten mundial, por lo que su anunciado adiós tampoco debería ser una mancha corrosiva.
De hecho, el debate por ubicarlo como el mejor deportista de la historia nacional ya está instalado. Y si bien la resolución poco importa porque nunca habrá consenso ni definición, la sola mención mantendrá vigente a Massú en la memoria corta, que en el deporte es la más extendida entre los aficionados. Huelga decir que se le aproxima un merecido período de rendición de honores, cadena de homenajes y seguidilla de premiaciones, aunque lo realmente difícil llegará después, cuando haya terminado la gira de despedida, deje colgadas raqueta y medallas... y quede, en el más profundo de los sentidos, desocupado.
Massú manifestó su deseo de continuar ligado al tenis. También reveló el interés por asumir la capitanía del equipo de Copa Davis, sumándose a la inexplicable obsesión que tienen todos los ex jugadores por cumplir esa función, como si fuera clave para el desarrollo del tenis chileno cuando en realidad es sólo una membresía. Sin embargo, detrás de esta expresión de deseo se devela una realidad que no sólo él sino que todos sus ex compañeros han debido enfrentar: la nula opción de prolongar su carrera en una estructura organizada, con funciones específicas, planes de desarrollo y aprovechamiento del tremendo recurso que significa tener a un ex jugador de nivel mundial dispuesto a trabajar.
En Chile a los deportistas de elite nunca les ha sido fácil reinventarse. Estos referentes, o como quiera llamárseles, quedan a la deriva de la institucionalidad una vez que dejan de competir. El vacío existente al margen de las canchas es absoluto, y por eso no es extraño que varios caigan al despeñadero. No tenemos internalizado como pueblo deportivo el respeto a la trayectoria y en consecuencia tampoco nos hemos preparado para "explotar" a quienes durante su carrera competitiva tejieron una red de conocimientos y contactos que ni el más empeñoso de los dirigentes podría articular en décadas. Nuestros emblemas vivos apenas terminan vinculados a la sociedad a través de los medios masivos, de sus inversiones particulares o, en el mejor de los casos, de los clubes donde se formaron. De tarde en tarde son revisitados como si estuvieran momificados sólo para que cuenten sus anécdotas o para que opinen de un triunfo, un fracaso o de algún colega desaparecido.
Sin que lo esté pidiendo ni necesitando, Massú merece que alguien lo rescate de ese derrotero ya escrito por tantos otros. Y le otorgue ahora un espacio fuera de la cancha para que deje una herencia tan rica como la que atesoró cuando estuvo dentro.