Avanza el siglo 21 y soplan vientos de cambio: en Santiago, la alcaldesa convoca a la ciudadanía y los medios en una céntrica esquina para defender un antiguo edificio, de gran presencia, bello y en buen estado, condenado a desaparecer por una inmobiliaria de aquellas tantas que, gracias a la normativa vigente puede, si quiere, cometer dos barbaridades en una: demoler una belleza arquitectónica y construir en su lugar una mole sin estilo, escala ni consideración por la calle. En este caso, el edificio se salva gracias a un tecnicismo, pero también gracias a la voluntad de algunos ciudadanos organizados, aunque deba sobrevivir como un testimonio entre anónimos gigantes.
Más importante es la reciente modificación del Plan Regulador de Santiago, liderada por el mismo municipio para proteger los valores urbanísticos del gran barrio que se extiende al sur de la avenida Matta. Es un trozo de ciudad que se consolidó a comienzos del siglo 20, y que representa la República durante el siglo de las grandes reivindicaciones sociales: ahí están las primeras poblaciones obreras, cuidadosamente diseñadas como ejemplos de vivienda digna y ciudad moderna; teatros, templos y liceos; ahí también la histórica zona comercial en torno al antiguo matadero de Santiago, hoy todavía bullente de actividad. Frente a la amenaza de proyectos inmobiliarios avasalladores, perjudiciales para los atributos del barrio, el municipio decidió congelar los permisos de edificación para llevar a cabo un inédito proceso de revisión de las normas urbanísticas con la participación de la comunidad, de modo de permitir, pero también condicionar, el necesario desarrollo.
Por otra parte, en Providencia, un pequeño barrio, todavía coherente e intacto, se levanta en armas para impedir la demolición de sus casas y la construcción de edificios fuera de escala. En muchas ventanas se lee: “Esta casa no se vende”. El municipio también congela los permisos y anuncia una revisión consultada de las normas que se extenderá a toda la comuna. Es el mismo conflicto que se repite en numerosos barrios de Santiago y de otras ciudades chilenas.
No se trata de detener la renovación de la ciudad, ni impedir su imprescindible densificación, ni obstaculizar el negocio de la construcción, motor fundamental de la economía. Se trata de hacer buena ciudad, de sumarle virtudes en lugar de arrasarlas, de preservar el bienestar colectivo construido a lo largo de generaciones, de construir excelentes barrios en lugar de meras acumulaciones de edificios. Se trata de comprender los límites necesarios para lograrlo, y sobre todo explorar las múltiples alternativas que hoy se discuten en el mundo desarrollado contra el paradigma del desarrollo inmobiliario sin riendas, que ha sido negocio fácil para unos pocos, pero ningún beneficio para todos. Con viento fresco, hoy la ciudadanía espera algo mejor que eso.