A nadie parece extrañarle. A meses, más bien días de una nueva elección presidencial, algunos de los principales de canales de TV abierta del país, esos que llegan a todo hogar sin distinción de poder económico, están recién empeñados en definir el tipo de cobertura noticiosa que tendrán. A nadie parece extrañarle porque, en rigor, la política parece ser por estos días el contenido menos crítico del ámbito de la información. Y no es que quienes aspiran a dirigir el país —en lo formal— no hayan dado material.
La política y su cobertura fueron por décadas —las dos más recientes, claro está— material explosivo en televisión. En TVN, canal con directorio armado vía cuoteo desde el Senado y la Presidencia, se sucedieron directores de prensa y hasta directores ejecutivos según el malestar que programas de noticias o de reportajes despertaban en círculos de poder. Removerlos nunca fue fácil porque los votos de un directorio variopinto eran necesarios y, por eso, se asentó la idea de que prensa era una república independiente dentro del canal.
Hoy, cuando el descrédito que una información —verdadera o verosímil, da igual— podría causar sobre la clase política tiene apenas un impacto marginal, las miras de las áreas de prensa apuntan a otro tipo de poder: el económico. Es allá hacia donde se dirige la investigación de los periodistas, la indignación del telespectador y las sentencias de indemnización. Y así, tal como hace décadas lo hacía TVN con el gobierno, los nuevos canales controlados por grandes holdings tienden a dispararse en los pies.
“Contacto”, el espacio de investigación del 13, es la más reciente república en tratar de ejercer soberanía al interior de un canal. Con un capítulo dedicado a la educación sexual alebrestó con sus imágenes más de una sensibilidad del controlador minoritario del canal, la PUC. Con otro dedicado a los conflictos de interés de los parlamentarios gatilló un amague de reforma que habrá que ver si logra prosperar. Pero han sido sus emisiones dedicadas a la publicidad engañosa de los productos dietéticos o del aceite utilizado en dos cadenas de comida chatarra las que desataron el vendaval: inserciones en los medios escritos, postergaciones de transmisión, relevar los conflictos de interés de rostros de entretención, derecho a réplica en pantalla y demandas millonarias en contra son consecuencias que aún no se terminan de dimensionar y que —ante la ausencia de orientaciones programáticas— no tienen manual para proceder.
El programa que hace una década desbarató redes de pedofilia y rastreó al prófugo más buscado del país, ahora expone flancos abiertos por doquier. Y, claramente, lo hace con investigaciones que no están al mismo nivel de trascendencia o acuciosidad, pese a que el peso de la marca magnifica cualquier denuncia más digna del Sernac o de una repartición ministerial.
La nominación de un ex director de diario —Cristián Bofill, de La Tercera— a cargo de áreas informativas de Grupo Canal 13 es una respuesta clara a la necesidad de control editorial que hasta ahora no se había podido ejercer. Por un lado era necesario desde el punto de vista de los estándares de calidad de la investigación. Por otro, podrá definir la identidad de un proyecto periodístico que está lejos de condecirse con el sitial de liderazgo que por estos días ostenta el canal y de validarse en el mundo empresarial que, a su vez, lidera el propietario de la estación. Solo su ejercicio en el cargo, a partir del 9 de septiembre, dirá cuál de los anteriores es el énfasis que se le mandató.