Ya durante la década del 80 llamó la atención la joven pintura de Rodrigo Cabezas. Si pronto estuvo asociado con Bruna Truffa, más adelante independizó su talento. Ahora, después de algunos años sin exponer, vuelve a hacerlo en Galería La Sala. Nos entrega un unitario conjunto compuesto por 10 grandes acrílicos sobre tela, todos de medidas similares. Estos amalgaman armoniosamente técnicas digitales y manuales. Del pasado más lejano del artista dejan ver sus bien administradas estridencias pop, su maestría en la composición plana y en la coloración multicolor, su expresividad agitada. Hoy integra la abstracción. Se trata, entonces, de simetrías fantásticas dotadas del vigor visual de remotos emblemas heráldicos. La temática superpone a los manchados de apariencia informal, proveniente del test de características de la personalidad, las figuras realistas interpretadas por la psiquis del hombre normal. En manos del autor, el procedimiento provoca una imaginería de veras interesante; además de constituir pintura pura.
Como en los viejos tapices persas, el aspecto simétrico admite libertades en los detalles, al igual que el imperante informalismo permite asomos de geometría. Ambos procederes confieren a la tela un particular dinamismo, mientras que su vibración cromática se diversifica en cada cuadro, de acuerdo a la preponderancia respectiva de coloraciones cálidas o frías. Entretanto, el otro protagonista de estas pinturas, la figura reconocible, se encarna en arquetipos populares: un ojo, una flor, un payaso, un rostro femenino, un mamífero, una mariposa, un mapa capitalino, una vieja etiqueta de vino. Entre ellos, destaca el de una hiperrealista cabeza de oso, donde nos sorprende, en la parte baja del lienzo, la monocromía de un hermoso e inesperado paisaje urbano.
Una joven colecciónUna manera plausible de conservación de nuestro acervo cultural lo constituye el coleccionismo privado. En nuestro país tenemos desde la un poco mítica Colección Álvarez Urquieta, en buena medida lamentablemente dispersada, hasta la Ricardo Mac Kellar mantenida entera. Hoy día las cosas han cambiado, asimismo la sensibilidad del coleccionista. De ese modo, el predominio de la fotografía, seguida más de lejos por la instalación, caracteriza la colección Juan Yarur que ahora se exhibe ocupando dos pisos del Museo de Arte Contemporáneo, Parque Forestal. Aquí, el cuadro y la escultura en sentido tradicional han quedado, pues, rezagados. Eso sí, de los testimonios de fotógrafos extranjeros esperábamos más. Brilla, en todo caso, un Robert Mapplethorpe de 1982. Como de costumbre en él, sus negros y blancos desarticulan el concepto del desnudo -acá femenino, por excepción-, cargándolo de asociaciones culturales. Y en lo que a cuerpo humano se refiere, dos conocidas estadounidenses optan por el color: la fotoperiodista Susan Meiselas, que remece la curiosidad del espectador con sus teatrales rituales eróticos, y Nan Goldin, quien sabe introducirnos en la privacidad de un abrazo heterosexual de resonancia arquetípica o en la de un simple chiquillo dentro de la bañera. A pasos de una demasiado vista celebridad de Warhol, el neoyorquino Philippe Halsman nos conduce al clima vanguardista de la primera mitad del siglo pasado mediante un retrato de Dalí, satíricamente coronado por el surrealismo. Si el alemán Gerhard Richter capta la luz oscilante de una vela, a la que ornamenta su propia firma, nuestro Alfredo Jaar transmite, a través de la visión desenfocada, todo el desconcierto de una niña africana. A la riqueza de lo simple recurre, por último, Julian Opie con su video-animación. Mayores atributos globales proporcionan los trabajos netamente chilenos. Así observamos, dentro del mismo género artístico anterior, los grupos sociológicos de Paz Errázuriz, encabezados por patéticos boxeadores que no necesitan color; y el rescate de una acción de arte de Francisco Copello.
Ya dentro de los ámbitos no fotográficos hallamos, acaso, los mejores frutos de la colección. Sobresalen, reunidas en una misma sala, las chilenas y pictóricas instalaciones murales de Malú Stewart -paisaje acuático con puntos de pasta- y de Josefina Guilisasti -asfixiantes piezas de porcelana bien reconocibles-, a ellas complementa la mortuoria exuberancia floral del londinense Marc Quinn. Por su lado, Cristián Silva instala la genuina transfiguración de un esqueleto humano con un árbol decapitado, mientras la conceptual británica Tracey Emin ofrece una comprometida frase en neón. Asimismo, descuellan el grupo magnífico de Livia Marín, el tan original mapamundi doble de Catalina Bauer, la escultura jaula de Cristián Salineros, la perspectiva arquitectónica clásica de Tomás Rivas. Si bien el comercialmente célebre Demian Hirst termina por cansarnos con tanta mariposa, sin duda convence el aporte del pop otrora famoso Robert Indiana.
"Headhunter"Nuevas pinturas de Rodrigo Cabezas
Lugar: Galería La Sala
Fecha: hasta el 20 de agosto
"Un relato personal"El predominio de la fotografía en la colección Juan Yarur
Lugar: Museo de Arte Contemporáneo, Parque Forestal
Fecha: hasta el 29 de septiembre