Después de la traumática quiebra en 2002, es difícil imaginar que Colo Colo pueda sostener una peor condición que la actual. Casi cuatro años de sequía de títulos, un plantel desjerarquizado, una sucesión de técnicos fracasados, una hinchada cada vez más frustrada y agresiva, un grupo de propietarios errático, cambiante y sin ascendencia, una marca desmejorada, una tesorería sin caja, en lo general; en lo coyuntural, un equipo sin confianza, colista transitorio y un rendimiento fatal... Hay que dar gracias que a Colo Colo le vaya quedando su rica historia como para seguir contando con el apoyo popular y algún respeto ciudadano.
Sobran las explicaciones futbolísticas para justificar el pésimo arranque del equipo de Benítez. Pero es un error de origen echarles la culpa a los malos resultados para ilustrar la pérdida de estatus. Los que siguen creyendo que el éxito en el fútbol depende de lo que se haga en la cancha y de la suma de estadísticas positivas nunca podrán entender lo sucedido con Colo Colo, que no es otra cosa que el paradigma más crudo, no así el más brutal, del arribo de las Sociedades Anónimas Deportivas.
Desde que comenzó el desembarco de Blanco y Negro en el Monumental -incluso antes, en la etapa del síndico Saffie- germinó un proceso de desalojo del tradicional Club Social y Deportivo que coincide con los principios instalados de la nueva institucionalidad: rentabilidad sobre capital humano, gestión empresarial sobre procesos futbolísticos. Se ordenó la casa financieramente, qué duda cabe; sin embargo, se privilegió por un modelo organizacional que se vio subordinado a una modificación constante de liderazgos. La lucha de poderes por la presidencia ha sido análoga a las líneas de trabajo y juego que los numerosos directores técnicos les han querido imprimir a los equipos. Y en esta continua adaptación, hasta la masiva convocatoria, incontrarrestable en otros tiempos, ha perdido valor. Muy por el contrario: el riesgo de la hinchada disociada producto de la falta de éxitos se ha transformado en una externalidad tan negativa desde la perspectiva social como son las humillantes derrotas en el Monumental ante rivales de menor cuantía.
Por cierto que si Colo Colo comenzara a ganar desde este domingo, este marasmo albo se podría ocultar transitoriamente. Pero a la luz del sistemático descalabro en los últimos campeonatos, la crisis basal no va a resolverse con la sustitución de Vecchio, la llegada de Barrios o la salida de Hernández y Toro, y menos con un ultimátum a Benítez. Ni siquiera jugando bien este semestre y consiguiendo un nuevo título. Ni disponiendo de un presupuesto cinco veces mayor al que existe. En Colo Colo, los propietarios de turno tienen que, con urgencia y sin margen de error, ponerse de acuerdo en todo: desde cuál es el club que quieren hasta dónde están dispuestos a ceder de sus propias ambiciones para recuperar el tiempo perdido. Que no es poco y ha salido muy caro.