Los estuches rectangulares de violines y violas, y los que siguen las curvas de un chelo circulaban con ímpetu por el foyer , llevados por niños y adolescentes músicos de las Orquestas Juveniles. Entre risas, se mezclaban con otros alumnos de colegios municipalizados y algunos adultos para completar un público de mil doscientas personas que asistió el lunes al magnífico recital del chelista británico Julian Lloyd Webber y el pianista John Lenehan. La Fundación Beethoven ofrece cada concierto de su temporada internacional, la más exclusiva del país, en el Teatro Municipal de Las Condes, pero, desde este año, repite en el Municipal de Ñuñoa y gratis para estos estudiantes.
En un programa nada típico, Lloyd Webber comenzó con el Adagio en Sol de Bach, tomado del primer número cantata BWV 156 de 1729, que luego fue usado por el mismo Bach para otras obras y que en los 300 años siguientes ha sido arreglado para diversas combinaciones. Se trata de un muy justificado hit que el solista cantó con su chelo de manera entrañable, con un sonido profundo y un fraseo que es puro buen gusto musical.
Luego, una estimulante versión de la Sonata para chelo y piano de 1915 de Debussy, que le hace una reverencia al barroco francés de Couperin y Rameau, pero mirando a un futuro que entonces representaba Stravinsky. Lloyd Webber y Lenehan dieron cuenta del lirismo que domina en ciertos pasajes de los movimientos extremos y de la parodia de la Sérénade central, en que el chelo remeda a una mandolina y una guitarra baja, con sensuales pizzicati , y hasta una flauta, con armónicos. Casi contemporánea a esta obra, la Sonata para chelo y piano (1916) del inglés Frederick Delius le sirvió a Lloyd Webber para mostrar de nuevo su carácter naturalmente vocal en la manera en que abordó las frases de un impresionismo más expansivo, menos fragmentario y arriesgado que la pieza de Debussy.
Completaron el programa la Elegía (1883) de Gabriel Fauré, el "Nocturno" (1948) William Lloyd Webber (1914-1982), padre del solista, y la Sonata en Sol para chelo y piano Op. 19 (1901) de Rachmaninov, en la que los instrumentos comparten y alternan protagonismo y que aquí sonó brillante.
El público joven es más inquieto, más ruidoso, pero su aplauso auténtico y entusiasta hizo que los músicos todavía quisieran tocar, como encores , el Schezo pizzicato de la Sonata para chelo y piano (1961) de Britten y "Oblivion" (1984) de Piazzolla. Excelente.