En "Avenida Brasil" hay tanto por aprender. Y no solo para los canales locales de TV.
Los maestros de las telenovelas nos tienen acostumbrados a historias profundas, bien elaboradas, mejor ambientadas y estupendamente actuadas por intérpretes que no combaten el envejecer o el engordar. Pero "Avenida Brasil" está incluso más allá de ese estándar formal que ya dejaba las historias chilenas con el gorro de aprendiz. El gran mérito de transitar por esta entrañable historia de O Globo es la posibilidad de reflexionar intensamente sobre qué nos emociona, divierte o escandaliza cuando sintonizamos la ficción.
"Avenida Brasil" opera como una metáfora magnífica de todas esas sociedades donde el éxito económico no se asocia al trabajo y a la dignidad. Porque en esta historia los ricos se hacen más ricos a punta de robar, engañar o de explotar talentos tan fortuitos como el del balompié. A cambio, el único lugar donde se ve gente trabajando arduamente es en un basural. Es más, ése es el único lugar donde se ven sentimientos de verdad y donde la dirección de arte de la producción logra hacer hermoso cada plano que la cámara registra. No hay paisaje urbano o mansión que luzca más bella que este horror.
Esta teleserie de Joao Emanuel Carneiro incluso se permite ir más allá, y sienta la interrogante sobre el amor menos cuestionado del mundo: el maternal; porque acá los niños huérfanos o abandonados son quienes terminan por ser adoptados, y genuinamente queridos por quien los criará. Es lo que sucede con Rita y Patata, dos niños lanzados en medio de los desechos, que se unen en el desamparo, crecen en la distancia y se reunirán años después para amarse pese a que entre ellos se interpondrán sus sentimientos por las madres que los abandonaron en el basural... ¿A quién no le duele el corazón con una historia así?