El cuarto concierto de la serie Teclados del Instituto de Música de la UC estuvo a cargo de la pianista coreano-chilena Liza Chung, una intérprete reconocida en el medio, impecable en sus actuaciones de cámara y que también ha desarrollado una carrera como solista. El jueves, en una sala del GAM llena, Chung abordó tres sonatas de Beethoven que, en su afán de exploración y hallazgo, lograron en su tiempo "épater le burgeois", el título que la pianista eligió para su recital. Las tres piezas abarcan un período de 22 años en la vida del compositor y contrastan en su aproximación, cada vez más libre pero también intrincada, a la forma; por ello, tocadas juntas, son un muy exigente desafío.
En un concierto que fue de menos a más, Chung comenzó con la Sonata Nº3, en Do mayor, Op. 2 (1794), empatizando con el sentido del humor de un Beethoven veinteañero que escribe un Allegro con brio vigoroso y brillante, lleno de guiños como el descenso cromático después de una insólita cadenza y que Chung hizo sonar como una ráfaga. En el Adagio , la pianista concentró a la audiencia en la profunda meditación de un bajo que enuncia suavemente y unos arpegios que comentan, y que luego irrumpe ominoso y fortissimo . Chung tiene un rubato muy característico y subraya los contrastes dinámicos, lo que es funcional a este movimiento y a las obras que siguieron: la Sonata Nº 24, en Fa Sostenido Mayor, Op. 78 (1809), con sólo dos movimientos igualmente contrastantes, y la Sonata Nº28, en La Mayor, Op. 101 (1816), que marca el comienzo de las grandes sonatas finales. Aquí, Chung y público se encontraron con un Beethoven que busca en la ambigüedad armónica, que interrelaciona temas entres los movimientos y que también pone una preciosa fuga al final. Si durante el concierto hubo momentos de duda o fárrago, fue notable la manera en que la pianista desentrañó este pasaje complejo y significativo como pocos en la literatura pianística. El público premió calurosamente.