Todos le hemos puesto más de la cuenta. La pelea entre la Unión y Católica fue lo que se vio: una escaramuza como muchas otras que teniendo a sus protagonistas con odios pendientes, terminó convertida en una riña de cancha de tierra. De batalla, como se la pretende vender, tuvo poco. Por definición un combate se da de frente, y aquí hubo varios que pegaron puñetazos y puntapiés a mansalva y por la espalda, destacando en el rubro de la cobardía Ampuero, Scotti, Jaime y Jadue, camorristas ordinarios en un zafarrancho indeseable.
Suponer que es el principio del fin, que los jugadores que dieron y recibieron deben enfrentar a la justicia como si fueran delincuentes comunes, que los castigos debieron ser de por vida, que Estadio Seguro tiene que llegar hasta la persecución criminal y que poco menos que después de los pugilatos todos los intervinientes nunca más podrán dar un empujoncito, es una soberana tontería.
En un capítulo donde casi nadie destaca, los aplausos tampoco hay que dirigirlos a los ilustres y perpetuos miembros del honorable Tribunal Autónomo de Disciplina, a los que se las dieron en bandeja para que sacaran a relucir la conveniente severidad que ameritaba el episodio: pruebas visuales al por mayor, categórico informe arbitral, culpables confesos y arrepentidos y condena pública de los medios. Todo ello, con el mejor de los envoltorios, un reglamento para que estos jueces supremos puedan castigar drásticamente, con dureza y ejemplaridad, aunque en el fondo la sanción valga nada porque se cumple en un torneo categoría B, la Copa Chile. ¿Usted cree, conociendo a nuestros ilustres y perpetuos miembros del honorable Tribunal Autónomo de Disciplina, que habrían igualado la sanción si el campeonato fuera el Oficial? Obviamente que no. Para un torneo regular, la mano dura de ayer se habría empleado para sacar la calculadora de la justicia con la que ha operado históricamente este tribunal y sus conspicuos integrantes.
Antes de pormenorizar el rol de los futbolistas en la cancha, los responsables de Estadio Seguro deberían majaderear con todas las situaciones de violencia que generan los hinchas; sin ir más lejos, la incitación que hicieron esos descerebrados seguidores de Curicó cuando se burlaron de los fallecidos barristas de O'Higgins. Podrá ser un paralelismo incorrecto, pero claro que es preferible ver a los jugadores agarrándose a combos en la cancha por defender los intereses de su club, la integridad de sus compañeros o los de su propio orgullo deportivo, que presenciar a los hinchas acuchillándose en las tribunas, lanzando proyectiles a los árbitros, intimidando a inocentes espectadores o enfrentando a carabineros.
Vistas las reacciones que ha motivado la gresca, la arremetida generalizada contra este grupo de jugadores que se pasó de rosca y dio un triste espectáculo es claramente una conducta populista. Pasar la factura por otros incidentes que las autoridades -institucionales y deportivas- han soslayado y no han sido capaces de controlar en los estadios resulta desproporcionado. Y mucho más violento que los combos y patadas de aquella noche en Santa Laura.