Transcurridos más de cien años desde el inicio de su composición y más de sesenta desde su publicación, el público chileno ha tenido por fin la oportunidad de oír en vivo la Sonata "Concord", del compositor norteamericano Charles Ives (1874-1954), gracias al ímprobo trabajo del pianista Luis Alberto Latorre en el concierto realizado el jueves en el GAM, en la temporada del Instituto de Música de la Universidad Católica. El concierto fue introducido por el periodista y crítico Álvaro Gallegos.
Como ocurre con la música que lleva títulos que indican el punto de arranque del compositor, al final es la calidad de la música la que debe imponerse, sustentándose en sí misma. Que Ives, genial compositor y pionero renuente a toda etiqueta, diera a cada uno de los cuatro movimientos de la Sonata "Concord" el nombre de figuras filosóficas y literarias vinculadas al movimiento trascendentalista (Emerson, Hawthorne, los Alcott y Thoreau) no ayuda a "entender" mejor la obra. A lo más, rescatar de ese movimiento ciertas ideas que explican la actitud de Ives hacia parte importante de su música: intuición por sobre la razón, expresión del alma individual que procura integrarse al alma cósmica, búsqueda experimental sin ataduras, integración de lo cotidiano (la infancia) y guiños a la tradición a través de citas transfiguradas. En su obra "Essays before a Sonata", el propio Ives escribe una boutade en la que relativiza la relación entre la música y sus intenciones: "estos ensayos a manera de prefacio (de la Sonata 'Concord') fueron escritos por el compositor para aquellos que no pueden estar de acuerdo con su música, y la música para los que no pueden estar de acuerdo con sus ensayos; a aquellos que no están de acuerdo con ninguna de las dos cosas, ambas les están respetuosamente dedicadas".
La obra es un collage de ideas filosóficas y musicales que se expresa a través de movimientos de muy extensa duración y plagados de indecibles dificultades técnicas (algunos dicen "insanas"). Latorre realizó tres proezas: descifrar la partitura (que ya es toda una empresa), hacerla realidad sonora, y convertir el discurso en un todo orgánico. Con la colaboración de Guillermo Lavado (flauta) y Alejandro Vargas (viola), en sus brevísimas pero importantes intervenciones, el pianista agregó otra estrella a su excelente currículo y estableció un hito que habrá que guardar en la memoria.