Una de las satisfacciones que tiene la afición al cine es que de vez en cuando uno se topa con textos que son una delicia, que nos hacen pensar, reírnos o simplemente gozar. El último de esos encuentros fue un artículo cuyo material es perfecto para el final de vacaciones de invierno, cuando la cartelera se llena, repleta, atiborra y satura de blockbusters y la Tierra, de las maneras más diversas, arriesga nuevamente todo tipo de apocalipsis, en megapelículas que más que cine son espectáculos de efectos especiales, lo que, por supuesto, no las frena de ser un éxito. El artículo en cuestión —“Dreams and nightmares in the Hollywood blockbusters”, de Joseph Sartelle, selección de The Oxford History of World Cinema— postula a que los blockbusters reflejan problemas muy contemporáneos, en la forma de metáforas procesadas y condescendientes con los temores del hombre blanco norteamericano. Para Sartelle, entonces, “La guerra de las galaxias” e “Indiana Jones” son alegorías que restauran la fe en la capacidad de Estados Unidos para competir exitosamente en una economía global. La serie de “Indiana Jones” pone en escena a un arqueólogo y suerte de emprendedor “moviéndose libremente entre el Primer y el Tercer Mundo, y siempre encontrando amigables nativos no-blancos, felices de ayudarlo a apropiarse de sus tesoros históricos”. La trilogía original de “La guerra de las galaxias” “imagina la Guerra Fría como una batalla donde la Alianza Rebelde compuesta de héroes blancos y sus ayudantes de distintas especies, en un pastiche del pluralismo americano, prevalecen sobre el malvado Imperio Galáctico, cuyos uniformes lucen sospechosamente iguales a los uniformes soviéticos”. “Volver al futuro” (1985) refleja el deseo de Estados Unidos en la era Reagan de volver atrás y reparar todos los errores cometidos desde la postguerra, con el fin de imaginar un mejor presente, que es lo que finalmente logra el protagonista junto con su familia. “Duro de matar” (1988) enfrenta a un norteamericano “común y corriente”, abandonado por una esposa que prefiere una carrera en una corporación japonesa a seguir viviendo con él. Para poder recuperar su masculinidad, a su mujer y sobreponerse a la amenaza de organización multicultural y multirracial (la banda que secuestró el edificio donde está su ex), el protagonista debe someterse a un durísimo calvario físico y emocional que en el fondo lo convierte en una víctima de una economía globalizada, lugar desde el cual, sin embargo, logra triunfar. “Batman” (1989) y “Batman regresa” (1991), para Sartelle, “ofrecen una explícita solución fascista a la decadencia social y el trastorno que esta cintas atribuyen a gente con identidades marginales o pervertidas”. Con el detalle de que el héroe busca identificarse como un marginal, disfrazándose como tal, pero sin dejar de tener los privilegios del hombre rico y poderoso que es, como si quisiera gozar de la autoridad moral del marginado. Exactamente lo mismo podría decirse de la trilogía que Christopher Nolan filmó sobre el mismo personaje.
Más allá de si uno está de acuerdo o no con sus lecturas —en lo personal, me parecen fascinantes y levemente cómicas a la vez—, Sartelle tiene la lucidez de tomarse en serio un tipo de películas que la crítica suele mascar con cierta indiferencia. Su mirada, que cruza la lectura política con la discusión de género y el multiculturalismo, permite acercarse de una manera menos lineal y gastada a cintas que campean por su torpeza cinematográfica, dando argumentos que, en último caso, sirven para especular a la salida del cine. Así “Oblivion” (2013), la última cinta de Tom Cruise, puede leerse como una fantasía ecologista, donde un hombre, que trabaja para una megacorporación —extraterrestre— que explota la Tierra, termina por darse cuenta de que colaboraba con el mal. “Ironman 3” (2013), en otra forma de redención del hombre blanco, es la historia de un millonario que, angustiado por su pasado, derrota a un hambriento capitalista que él mismo ha creado con la ayuda de sus afectos (y del sacrificio de sus juguetes más caros). “El hombre de acero” (2013) podría leerse como una fantasía homosexual, en que un hombre marginado por una vida secreta que no puede confesar se convierte en el salvador de la humanidad. En el camino usará tanto sus extraordinarios músculos como una inteligencia emocional, mediante la cual hará entender a los humanos —y especialmente a los militares— que, más que sentirse amenazados por algo que no pueden comprender, deben considerarlo como un amigo, tan patriota como cualquiera y que sólo exige a cambio un poco de privacidad. Que Clark Kent, en la última escena, llegue al Daily Planet en bicicleta sólo nos remarca lo buena onda que es.