Podría decirse que la política es una actividad como cualquier otra y que sus protagonistas se dedican profesionalmente a ella siguiendo sus códigos y reglas para intentar ocupar posiciones de poder desde las cuales realizar sus proyectos.
Claro, la política puede estar revestida de cierta nobleza, en cuanto se desenvuelve en el ámbito de lo público, afectando la vida de muchas personas. Pero aun así, más que de actos heroicos, el día a día de la política está hecho de mucho trabajo, articulación de redes, lealtades y compromisos; todo lo cual se somete, periódicamente, al veredicto popular que habrá de decir si, esta vez, el político ha gozado del favor de la gente y se ha ganado el derecho a representarla.
La centroizquierda realiza esa tarea con singular eficiencia, sentido colectivo y vocación de poder. Así, ha logrado en el último tiempo, con la excepción del gobierno de Sebastián Piñera, ganar siempre las elecciones y administrar desde La Moneda recursos que representan casi un tercio de lo que los chilenos producen cada año.
La centroderecha, en cambio, tiene más dificultades para ver la política como una actividad cotidiana, una opción de vida; suele dirimir sus representantes en contiendas en las que lo que prima son los liderazgos personales. La política en la derecha resulta ser, en esta lógica, una suerte de gran aventura, en la que prima lo individual por sobre lo colectivo, donde no se construye sobre la base de lo hecho antes, sino a partir de la inspiración del líder de turno, que esta vez sí, se piensa, logrará derrotar a la centroizquierda.
Por eso, para la salud política de la derecha era muy positivo que el candidato presidencial que desafiara a Michelle Bachelet surgiera de una primaria. Por primera vez se sometía a un proceso de este tipo, siguiendo sus reglas, disciplinando a sus candidatos y partidarios.
El traspié inicial que significo la fallida candidatura de Laurence Golborne parecía haberse superado al competir dos personas: Andrés Allamand y Pablo Longueira, que representaban algo distinto a lo que habitualmente hace la derecha. Dos políticos con un liderazgo trabajado durante muchos años y con fuerte apoyo al interior de sus partidos, de los que eran fundadores y militantes de toda una vida.
Pese a la magnitud del desafío -enfrentar a una candidata con inéditos índices de apoyo popular-, la centroderecha llevó adelante una primaria impecable, donde se impuso en buena lid Pablo Longueira, ganando así el derecho a representar al sector.
Esta vez sí, se habían hecho las tareas, profesionalmente, conduciendo un proceso que permitía abordar la contienda presidencial y parlamentaria con la prestancia y el sentido de futuro que confería esta nueva fortaleza institucional.
Y sucede lo de Pablo Longueira.
Pareciera que se tratara de un sino, que la derecha está condenada a hacer política en clave de tragedia y que el camino recorrido debe desandarse para volver a fojas cero.
Los dirigentes de la UDI y Renovación Nacional tienen que decidir, en tiempos muy breves y sin reglas acordadas, quién será el abanderado del sector.
Si hay una demanda que los votantes de derecha han manifestado a sus dirigentes, es que prime la unidad del sector. Si tuviera que agregar otra, diría que es no echar por la borda el camino de institucionalizar y profesionalizar la política que significaron las primarias.
Renovación Nacional tiene como candidato natural a Andrés Allamand, aunque este ha señalado que no estaría disponible si no es para una candidatura unitaria. La UDI ha anunciado que pronto decidirá sobre su candidato y se menciona a Evelyn Matthei como favorita.
Lo importante es que veamos gestos de grandeza en estos días, que pongan el interés general por sobre el de partidos y personas. El buen ambiente generado en el sector por la reacción humana al problema que sufre Pablo Longueira debiera colaborar al espíritu de unidad. Sería un buen tributo para él que la derecha saliera fortalecida de este trance.