El trato, un eufemismo en este caso, dispensado esta semana a Darío Franco es grotesco y brutal.
Nadie que haga la pega mal o deficientemente merece ser basureado como lo hicieron con el argentino. Si el fútbol se gobernara por ciertos parámetros básicos del mundo laboral moderno, Franco debió ser sometido a un debido y respetuoso proceso de evaluación antes de comunicarle, privadamente y en un momento adecuado, que sería cesado de sus funciones.
Cuesta pensar que entre el directorio de la U nadie maneje el coaching . Echar a un DT como si estuviera en un reality show , revelando a terceros reuniones secretas, confidenciando diálogos privados, entregando nombres y cifras, aprovechando que en estos casos los medios operan como un canal de información sin cuestionarse quién los instrumentaliza, es retroceder un par de siglos: a la época cuando un empleador y un empleado se vinculaban como patrón e inquilino.
¿Si estaban incómodos con Franco en la banca, por qué no deshacerse de él a fines del pasado torneo? ¿Para qué darle un par de amistosos, otro par de encuentros de Copa Chile y una final? Algunos podrán leerlo como oportunidad; otros como una descortesía. Por lo visto y leído desde que perdieron ante Ñublense, la estrategia diseñada por los directivos de la U tiene claros rasgos de perversión. Ha sido metódica y sistemática, como el mejor arquetipo de un bullying.
Por cierto que Franco tiene una cuota de culpa en este capítulo. Es una víctima responsable de que sus victimarios estrujen el paño. No tanto porque los intentos de propuesta futbolística de la U fueran insuficientes para el paladar de los universitarios o porque los resultados no se acercaran a los esperados. Su principal responsabilidad fue dar una sensación de permanente debilidad y falta de ascendencia, de incapacidad para transmitir valor en su ideario. Franco ahí sí que falló notoriamente. Ni siquiera cuando, a vista y paciencia de todos, le pusieron la lápida en su tumba minutos antes de jugar una final.
Cuando los dirigentes proceden como hinchas y dueños a la vez (la peor mezcla en un club), la gran fortaleza del técnico es la cohesión que edifica en el plantel con su discurso, incluso más que lo que muestren sus dirigidos en la cancha. Por eso es que si Marco Antonio Figueroa es el sucesor, los patrones de la U tendrán que ejecutar otro plan de acción para relacionarse con el nuevo inquilino. Porque si el anterior fue sumiso desde antes de presentarse en sociedad, éste les dará la pelea hasta el último aliento.