Ignacio Agüero (1952) tiene un merecido lugar entre los mejores cineastas chilenos en ejercicio. Y si me aprietan un poco, me atrevo a declarar sin demasiadas dudas que es el mejor. Como pocos en Chile, Agüero entiende el valor del plano continuo, abierto, como punto de conexión entre cine y la realidad. En dicho plano, la realidad tiene el espacio y el tiempo para manifestarse en toda su ambigüedad. Si un plano cerrado y corto permite, por lo general, decir una sola cosa, enfáticamente, el abierto y largo deja espacio casi siempre para decir más de una a la vez. Muchas veces ni siquiera se puede controlar del todo lo que se dice. Agüero siempre lo ha tenido claro. O al menos rara vez ha forzado la realidad a una sola lectura. Admite que es ambigua, misteriosa, sorpresiva. Quizás este respeto por la realidad lo ha llevado a tener un gran respeto por el plano, por lo que está filmando. De ahí que sus películas, casi sin excepción, tienen cierto misterio que permite leerlas de varias maneras simultáneamente. "La madre de mi abuela le contó a mi abuela" (2004), por ejemplo, es sobre una obra de teatro que Héctor Noguera montó con la gente de Villa Alegre, pero también es una película sobre las leyendas que se arman en el campo para explicar la riqueza de los patrones. "Aquí se construye" (2000) es sobre una armonía urbana que desaparece, pero también sobre un nuevo orden que se crea y que no es necesariamente horrible. "Cien niños esperando un tren" (1989) es sobre los talleres de cine que Alicia Vega realiza para niños vulnerables, pero también es sobre la realidad de la pobreza o sobre la dictadura de Pinochet.
Agüero en "El otro día", estrenada este jueves en cines de todo Chile, extrema este recurso al poner en escena explícitamente dos realidades simultáneas, cuya sobreposición genera múltiples lecturas. Por un lado, la película explora el interior de la casa del director en Providencia, mientras él habla de sus padres, muestra imágenes antiguas, cuenta sobre su hermano gemelo. Pero esta película se ve "interrumpida" por las personas que tocan el timbre de su puerta, lo que lleva al director a visitar de vuelta a sus visitantes, un cartero, una barrendera, un viejo conocido, un hombre que mendiga. Así, la mitad de la cinta es hacia adentro, introspección pura, y la mitad es hacia fuera, deriva por la ciudad. La representación gráfica de este esquema está en un mapa de Santiago donde Agüero indica con líneas los destinos de sus exploraciones, como si se tratara de rutas en una cartografía marina, metáfora que no es casual, ya que la cinta tiene mucho mar en su lado "interno": en las imágenes de archivo del director, en lo que cuenta al hablar de su padre, un marino.
Hay contrastes evidentes entre la comodidad de Agüero, de sus libros, sus sillas y la magnífica flor de la pluma del patio interior de su casa, y la precariedad de las calles y pasajes que visita. Está el pudor con que cuenta de sí frente a la curiosidad con que interroga al otro. Sorprende, claro, que la película funcione con planos narrativos tan distintos. En otras manos podría haber resultado un despelote. En manos de Agüero, una línea del relato relativiza a la otra. Por un lado, el director reconoce que en su historia personal no hay épica, sino apenas algunos apuntes; por el otro, las entrevistas con los visitantes revelan que las preguntas, por muchas que sean, apenas permiten vislumbrar los trazos más gruesos de una vida. Aunque ésta es sólo una manera de ver "El otro día". Seguramente hay muchas otras. Bonita película.
EL OTRO DÍA
Dirección: Ignacio Agüero.
Género: Documental.
País: Chile, 2012.
Duración: 120 minutos.