Llevo algunas semanas leyendo demorosamente
El elogio de la sombra , de Tanizaki, a despecho de la brevedad del libro. No se me ocurre que aparte del ensayo exista otro género de escritura que propicie una lectura de esta índole, de salto en salto, de fragmento en fragmento, con notorios intermedios de inactividad: períodos en los cuales el libro se mantiene cerrado aunque no descartado.
Es cierto que uno podría leer una novela en el orden que se le antoje, pero como el tiempo es en general escaso preferimos optar por la consecución habitual del argumento. Las novelas tiran siempre hacia adelante. La efectividad de las novelas, escribió Bremond, se revela en el momento en que nos cuesta abandonar su lectura. La poesía, por otro lado, como hubiera afirmado Enrique Lihn, es una experiencia totalmente anómala que excede cualquier sistematización: en la poesía buscamos destellos, epifanías, suspensión del tiempo, espacios intermitentes llenos de ninguna cosa.
Me gusta y me acomoda la manera en que Tanizaki elabora su pensamiento, con el ojo fijo en las apariencias del mundo. A veces da la impresión de que el movimiento de fondo de su escritura es equivalente al de una cámara que va registrando rostros, vestimentas, fachadas de casas, pasillos, vanos de escaleras, patios, helechos, ventanas, caminos. Su materialismo tiene el efecto de un remanso en una época que exacerba más que nada las ideas y su enunciación estridente. Si esto fuera una navegación, sería una en la cual nunca se pierde de vista la costa y se evita internarse demasiado lejos en el mar de las abstracciones.
Lo otro es el modo en que Tanizaki ejercita la digresión: como si los cambios de tema fueran los movimientos naturales de un bosquejo, de una secuencia. Cada frase es en este caso una idea, y cada párrafo un tema, y cada tema una imagen. La sopa de miso del desayuno japonés, un resplandor rojizo en su cuenco de laca negra, aparece vinculada, en un rincón de la mesa en penumbras, a la relación espiritual y cotidiana que los individuos establecen con las variaciones de la luz, con el adentro y el afuera, con el círculo de la intimidad.
No siempre uno se encuentra con ensayos que prolonguen en el texto una característica que es deseable en la conversación. Muchas veces los autores, en el afán de comprobar, se quedan demasiado rato en las explicaciones, en las ampliaciones, en las discusiones de pie de página. En el caso de Tanizaki las palabras parecen pertenecer parcialmente a una conversación encauzada y ese supuesto implica eludir las tentaciones de la monomanía. Conversación, pensamiento, escritura, lectura, todas estas categorías comparten el desplazamiento sinuoso y los desvíos accidentales. Borges dijo una vez algo por el estilo: "Leo para pasar a otra cosa".