Al chileno Gustavo Miranda le han alabado su talento y virtuosismo precoz casi con la misma intensidad que le han criticado el aspaviento gestual de sus interpretaciones. Hace poco menos de un año, en una buena actuación con la Filarmónica en el Concierto Nº2 y la "Fantasía coral" de Beethoven, parecía que cada una de las notas del piano produjera una descarga trifásica en toda la delgadez de su cuerpo; ese arrobamiento tan parejo, no siempre justificado en su propia agógica, parecía apartar y hasta excluir a la audiencia. Pero el Miranda que tocó en el Ciclo Grandes Pianistas del Teatro Municipal de Santiago, el miércoles pasado, era otro.
Con un programa bien exigente por delante, el músico llegó al escenario sobrio, serio, contenido incluso, y comenzó con los Impromptus D. 935 (1827) de Schubert, cuatro piezas distintas, típicamente románticas en su arrojo, pero unidas por una inventiva melódica y desarrollos ingeniosos que hacen natural escucharlas sin interrupciones. El pianista consiguió un sonido profundo, afectuoso y hasta juguetón, dependiendo de las exigencias de cada parte, y lleno de delicados matices en el tema con variaciones de la tercera y la voluptuosidad de la cuarta.
En una muy oportuna decisión, el músico puso la Sonata Nº3 (1898) de Alexander Scriabin en la mitad del programa. Como otras obras del compositor ruso, esta sonata exhibe una libertad formal muy atrayente, pero con dificultades acrobáticas que a veces esconden la complejidad y potencia musical que encierra. Miranda descifró la pieza rapsódica y la hizo claramente inteligible, equilibrando las voces para que asomara el contrapunto y las ideas rítmicas lejos de cualquier fanfarria.
Como final, la Fantasía en Do Mayor Op. 17 (1839) de Schumann, obra clave en el repertorio romántico. Compuesta en tres movimientos, Miranda logró concentrar al público y llevarlo desde la pasión exaltada del primero a la meditación en que se sumerge el tercero, tal vez sin la excitación que producen las versiones más al uso, pero con la solidez de quien, a los 22, todavía en sus estudios de Master en la Juilliard School, está dando señales de una muy atractiva madurez.