La medida de los clásicos suele resistir clasificación. Puede ser lo que nos sirve la belleza en bandeja o lo que de pronto expande nuestro campo de visión. Algo que transmite una extrañeza indefinible y que no está ahí para suscitar unanimidad, sino para desafiar paradigmas, proponiendo otros en su lugar. Es fácil creerse esas ideas y otras tantas, pero es distinto cuando tienes frente a ti a la cosa real, al clásico mismo, desafiándote.
Me pasó al salir de una función de la hoy legendaria "Sans Soleil", de Chris Marker, programada en Fidocs 2013. Detrás de mí iba alguien proclamándola como "la película más importante que he visto en mi vida". La crítica de quienes iban más adelante no era tan auspiciosa: "La he visto varias veces, pero todavía no se me aclara", "tengo que verla otra vez".
¿A quién creerle?
Un maestro a la hora de sembrar perenne inquietud en sus espectadores, Marker -quien falleció en julio del año pasado, a los 91 años- solía disfrutar más la confusión de quien dudaba sobre lo que veía, que la seguridad de quien le alababa sin concesiones; y tal vez por lo mismo sus películas semejan grandes laberintos, diseñados con más de una ruta de salida y fascinantes callejones, en los que uno es capaz de circular por mucho rato, antes de darse cuenta de que no llevan a ningún lado en especial.
Eso es precisamente lo que todavía maravilla y desconcierta de "Sans Soleil", que en lo formal no es más que un gran compendio de imágenes propias y prestadas, acompañadas por un persistente monólogo -leído por una voz femenina-, donde el cineasta comenta el contenido de las cartas que le envía un tal Sandor Krasna, camarógrafo sumergido en los vaivenes políticos y sociales del África occidental, y que contrasta como el día y la noche con las fragmentarias postales urbanas que Marker va extrayendo de su paso por el Tokio de principios de los 80. Quien intente verla así -como un sofisticado intento de hacer antropología-, probablemente la disfrutará tanto o más que quien va más allá y comience a contemplarla como uno de los grandes ejercicios de lenguaje visual de la historia (que lo es), o como un interminable juego de espejos y perspectivas, donde Marker y el ficticio Krasna son la misma persona (que lo son), imaginándose preguntas y respuestas hasta el final de unos tiempos, que parecen estar a la vuelta de la esquina; un espacio donde las imágenes, las figuras y los símbolos que hemos elegido para codificar nuestra civilización comienzan a disolverse y a perder sentido, dejando en su lugar sombras y fantasmas.
Allá quienes crean que lo de Marker es solo un juego de combinatoria, frío y calculado. Tal como ocurre en los mejores ensayos visuales de Godard, la conjunción de palabra e imagen va generando extraños ecos líricos, que brillan como estrella fugaz antes de perderse en el endemoniado ritmo del filme, fugándose de los ojos de un espectador que lucha sin suerte para retenerlos en su memoria.
Quizás sea por eso que la mirada de Marker -quien comenzó filmando para museos y cerró su carrera subiendo enigmáticos cortos en YouTube (bajo el seudónimo de Kosisnki)- se adapta tan bien a estos días fragmentados, donde la imagen es ícono, desperdicio y moneda común. La fractura de donde emanaba su torrente creativo es la misma que hoy nos marca a todos por igual.
SANS SOLEIL
Dirección: Chris Marker.
País: Francia.
Duración: 100 minutos.