Estimulante repertorio ofreció el viernes pasado la Orquesta de Cámara de Chile, dirigida por Juan Pablo Izquierdo, en el Teatro Municipal de Ñuñoa.
Las Seis Danzas Rumanas de Béla Bartók plasman las investigaciones del compositor en el riquísimo acervo campesino y popular de la Europa del Este, aunque todavía sin ánimo de transfigurar sino de estilizar. Contienen ritmos y sonoridades que le servirán a futuro para extractar esencias base de un lenguaje renovador que irá más allá del color local. La interpretación destacó el exótico lirismo de los números moderados y el ímpetu arrollador de los movimientos rápidos, en una convincente versión.
La Suite de "La Historia del Soldado", de Stravinsky, es un "clásico neo clásico", siempre atractivo. La versión privilegió la precisión métrica por sobre el desparpajo circense que caracteriza a la obra. Correctamente leído, faltó un ingrediente incisivo y la soltura propia de una troupe itinerante de acuerdo con la concepción original de la composición. Igualmente, en el Gran Coral, la áspera carga de disonancias aplicadas al austero coral luterano, exigen cuidada justeza y afinación. Hubo grandes momentos: los solos del violinista Hernán Muñoz, la preciosa sonoridad de los vientos en la escena "Al borde del arroyo", el rigor del percusionista Miguel Zárate y la sucesión de las tres danzas con sus complejas transformaciones rítmicas, admirablemente manejadas por Izquierdo.
Fue un acierto incluir "Septimino", para maderas y bronces, del compositor nacional León Schidlowsky. Obra de homenaje a Varèse (hay referencias al "Octandre"), pero con un original lenguaje personal, permitió aquilatar el idioma de este compositor cuya importancia en la historia de la vanguardia musical chilena fue destacada en esclarecedoras palabras de Izquierdo.
Finalmente, vino el relajo del cabaret berlinés con la maravillosa música de la Suite de "La Ópera de Tres Centavos", de Kurt Weill. Desde la sátira barroca de la obertura hasta la "Canción de los Cañones", la música fluyó vital y contagiosa. El visible entusiasmo de Izquierdo, navegando soberanamente en aguas conocidas, fue solo compartido por los dos saxofonistas y el público invitado por el director a corear el Moritat . La orquesta, no obstante su buen desempeño, impávida, no pareció participar de la fiesta.