La participación de Tahiti en la Copa Confederaciones es una vergüenza.
Despojémonos de la emotividad de la anécdota de este grupo de polinesios jugando un torneo de alta competencia. Calibremos los adjetivos de admiración cuando se aborda el aterrizaje de Tahiti en este campeonato. ¿Cuál es el sentido de exponer a esta selección a un escenario donde su ganancia es hacer el menor ridículo posible?
La política de "inclusión" de la FIFA no es un ejercicio para democratizar el fútbol. Es un instrumento discursivo, acompañado de aportes monetarios, para abrir nuevos mercados y potenciar la imagen, por cierto que discutible, del organismo que se arroga responsabilidad social. Todo lo demás es puro relato de ficción.
¿Qué pasa si empatizamos con los tahitianos? El episodio sigue siendo bochornoso.
¿Qué clase de deportista le implora a su rival que le tenga compasión o que le gane por poco, como lo hizo el técnico antes de enfrentar a España? Ni el más indecoroso de los amateurs pide misericordia a su contrincante para evitar una derrota o suplica para que su oponente no se exija mucho. Salvo Tahiti, en su inmensa ingenuidad.
Cuando se repase la historia de la Copa Confederaciones, la misma prensa que hoy destaca a Tahiti solo lo recordará por las goleadas que se va a comer en Brasil... o por la clemencia que le pidieron a España antes de enfrentarla.
Vergüenza mayor es la generosa donación de Leonardo Farkas a las selecciones junior y juvenil chilenas para que puedan disputar los respectivos mundiales de balonmano en Hungría y Bosnia.
A estas alturas del desarrollo de los auspicios publicitarios, de los fondos concursables del IND, de los dineros del Comité Olímpico y su famoso ADO o de la inversión privada, resulta inexcusable que deportistas seleccionados que representarán a Chile en competiciones mundiales terminen financiados por los aportes de un mecenas.
Para contextualizar: el balonmano es una de las cinco especialidades colectivas que más espacios ha ganado en número de ejecutantes en los últimos años, que forma parte de las especialidades deportivas insertas en los planes educativos del ministerio, que tiene una liga nacional en pleno funcionamiento y que en los últimos dos años ha clasificado a siete mundiales en diversas categorías.
El IND podrá argumentar que financió el 83 por ciento del plan y entregó más dinero de lo que tenía proyectado. Burocráticamente cierto. Pero la "generosidad" estatal agrava lo impropio de la situación. No es posible que cualquier selección nacional de un deporte reconocido institucionalmente se margine de un mundial porque le falta dinero. Es indigno que los propios jugadores tengan que hacer un llamado a través de redes sociales para alcanzar la cuota para prepararse, viajar y competir. Es vergonzoso que, nuevamente, el millonario Farkas se apiade del deportista chileno. Y que quede claro: no es porque sea Farkas el que se pone con la plata.
Hugo Marcone