"Una belleza nueva", el longevo programa de Cristián Warnken, decidió no aceptar el humillante horario que se le propuso. El fin de un programa cultural en televisión es siempre una mala noticia. No sobran este tipo de programas. Hacer televisión comercial en un medio donde las frecuencias no se entregaron ni limitaron por razones de mercado, hablar de competencia cuando esa competencia viene limitada de entrada por el Estado es una forma de abuso parecida a tantos otros que hemos vivido hasta ahora. En este sentido, Cristián Warnken tiene razón de hablar de una Freirina del alma. La televisión no huele peor que la calle y que muchas universidades, pero su estructura empresarial se parece mucho a la de esos monopolios que contornean la ley para fabricar salchichas en cualquier parte.
Extrañamente en el cable, donde las señales no se entregaron con criterio ni universitario ni estatal la cultura sigue en pie. Lo mismo en Youtube y otros rincones de la red. Esto vuelve a desmentir el otro supuesto en que se basan las frecuentes humillaciones que vive la televisión cultural: el hecho de que no le interesa a nadie. Los escritores, filósofos, cineastas o pensadores varios emigran de canal en canal, pero siempre terminan por encontrar un lugar, porque la televisión es por naturaleza su lugar también. Hasta los más acérrimos enemigos de la cultura escriben libros. Se insiste mucho que la cultura debe ser entretenida para pasar por televisión, olvidando que los libros, las películas, los cuadros o la música son, además de patrimonio, obligación y castigo, nuestra forma más definitiva de entretención. Una televisión que solo buscara entretener se vería obligada a ser cultural tarde o temprano. ¿Quién no es capaz de reconocer en Felipe Avello algo del genio de Nicanor Parra en estado salvaje?
Me hice escritor, lo confieso, por pura adicción a la televisión. Viendo a Bukowski, Nabokov o Jean Edern Hailler emborracharse, mentir, jugar con las palabras, se me ocurrió que esta sería una buena profesión ideal para mí. Me pareció que entre todas las rutinarias figuras públicas los escritores eran lo único que me devolvía la realidad en toda su incorrección, en toda su libertad, sin sonreír, peinarse o adelgazar.
Bernard Pivot, como Warnken, sabía acoger, preguntar, indagar. Se sentía en la cultura en su casa, pero sabía que su rol era servir, acomodar, presentar, tener la humildad suprema de escuchar; sabía escuchar, lo que es un talento raro y precioso en la televisión. El programa de Pivot era, eso sí, un debate que no pocas veces terminaba en pelea. Ninguno de los programas culturales que se han intentado en la televisión chilena se ha propuesto del todo esto tan básico, de que la cultura es una discusión actual. Los críticos de televisión le reprochan a "Una belleza nueva" su falta de pirotecnia televisiva, pero los reality shows pasan largas horas filmando cuchicheos y conversaciones que no van a ninguna parte. La gente no los ve por las imágenes que muestran, sino por los conflictos que escenifican. Lo que le faltó a "Una belleza nueva", como a tantos programas culturales, fue justamente eso, conflicto. Conflicto en pantalla pero sobre todo conflicto con el mundo que los intelectuales tienen el deber y el placer de poner en cuestión.
En "La belleza de pensar", Warnken puso en pantalla a Bolaño justo cuando escribía sus obras mayores, a Jodorowsky cuando volvía a Chile, a Jocelyn Holt cuando ponía el dedo en la llaga. Eran grandes programas que hicieron historia. En "Una belleza nueva" se evitó lo que estaba pasando, bueno, malo o más o menos, ahora mismo en Chile. Ni Marín, ni Zambra, ni Carrasco (Germán), ni Bisama, ni Parra, ni Lemebel, ni Eltit, ni Salazar (Gabriel), ni Fernández (Patricio), ni Rivas (Matías), Henríquez (Álvaro), González (Jorge), ni Babarovic, ni Meruane, ni Navarro (Iván), ni Silva (Sebastián), ni Electorat, ni Peirano, ni Wood.
De seguro algunas de estas entrevistas sugeridas hubiesen creado más polémica, más discusión, más problemas también. Quizás esos problemas hubiesen apurado la salida de Warnken de la pantalla en vez de garantizar su permanencia. No creo que la gerencia de los canales o la presidencia de las empresas eviten como el diablo auspiciar la cultura porque odien la belleza. Lo que detestan o temen de ella son justamente los problemas, la capacidad del arte de poner en cuestión lo que llamamos belleza, alma o espíritu.
Es eso lo que convierte la salida del aire de "Una belleza nueva" en un síntoma peligroso. "Una belleza nueva" se cuidó de evitar la parte sucia, viva también, de la cultura para convertirla en una bella aventura en el camino del conocimiento. Ni así los ejecutivos y auspiciadores aguantaron la apuesta. Pocas esperanzas le quedan a esa otra cultura viva y palpitante que necesita romper para construir, preguntarse antes de responder, de conseguir el espacio que le corresponde en una pantalla cada vez más plana.