A lo largo de la pródiga costa chilena existen asentamientos, pueblos y ciudades históricamente expuestos a los riesgos de la precaria condición del borde geográfico: muchos han sido destruidos y reconstruidos incontables veces, pero con cada cataclismo hemos perdido una capa completa de identidades, del paisaje inconsciente del ser nacional. ¿Es posible proteger de futuros desastres lo que queda en pie en nuestro borde costero? Hoy se consideran medidas que aminoran las consecuencias de un terremoto o maremoto en lo edificado, y también se puede prever la restauración o reconstrucción de aquello valorado como patrimonial, en caso de resultar destruido. Así lo hicieron en el norte de Europa una vez declarada la gran guerra: levantamientos minuciosos que se utilizarían para erigir todo de nuevo, una vez arrasado, "al idéntico". Así esperaríamos se hiciera en buena parte de los bellísimos poblados del Maule, por ejemplo, que quedaron en el suelo.
¿Y qué es lo que se debe rescatar? Patrimonio construido es aquello que tiene valor artístico, y también aquello que es parte indisoluble de una cultura o tradición. En este sentido, es imposible aislar la arquitectura de su entorno geográfico y su contexto histórico, como no transformemos al edificio en un ente desterrado, insignificante, la semblanza imaginaria de sí mismo, un objeto inanimado en el museo de la melancolía nacional. De nada sirve mantener un solitario edificio antiguo en medio de la modernidad; más que eso, aspiramos a conservar atmósferas. Es patrimonio arquitectónico todo aquello construido que nos llena de admiración por su connotación histórica y por su efecto en la ciudad gracias a la calidad de su diseño. Caben en esta categoría, por lo tanto, construcciones antiguas tanto como modernas; espacios diseñados o rincones casuales; edificios tanto como usos y costumbres (lo "intangible"); incluso elementos singulares pero queribles, como un antiguo letrero comercial.
El patrimonio arquitectónico es tal sólo en tanto esté vivo. Son los edificios ocupados los que sobreviven, aunque estén ocupados precariamente; en cambio los abandonados terminan por desintegrarse rápidamente, inevitablemente. El uso cotidiano garantiza una mínima mantención y, más importante, da razón de ser al edificio y al barrio, puesto que la arquitectura, materialización de una dimensión abstracta de la vida, condiciona los actos que acoge. Conservar el patrimonio no se trata solamente de preservar, restaurar o reconstruir, sino de mantener un delicado organismo (el sistema social, cultural y paisajístico que llamamos "nación") del que el orgullo y la memoria son piezas clave.