El director Eckart Preu es de una energía que se ve en su gestualidad impetuosa y se aprecia claramente en la manera en que responde la orquesta. Con la Sinfónica, abordó, el viernes pasado, la magnífica Sinfonía Nº 4 de Schumann con enorme pasión; tanto, que su batuta lo acompañó solo en los dramáticos primeros compases de la introducción, porque al primer forte salió disparada de sus manos para caer entre los primeros y segundos violines, sin heridos, eso sí. Preu entiende la unidad que encierra esta obra escrita en 1841 y revisada una década después, con cuatro movimientos que se tocan sin pausa y en los que los temas reaparecen para dar cuenta de una coherencia muy satisfactoria. El director logró una entrega cuyo brío e interés no decayó nunca, y puso de relieve la genuina libertad que encierra la que tal vez sea la mejor obra orquestal del genio alemán. Destacaron las cuerdas, especialmente reactivas al preciso entusiasmo de Eckart; brillaron, también, Guillermo Milla en el oboe y el primer chelo invitado, James J. Cooper III, en el bonito dúo con que comienza el segundo movimiento, Romanze .
Antes, el violinista ruso Sasha Rozhdestvensky tocó el Concierto para violín de Brahms (1878). Tomando un tempo ligeramente más lento que el estándar, el solista dio muestras de su virtuosismo y musicalidad acostumbradas, y su bonito sonido fue una inspiración para el público y también para la orquesta, bien animada por Eckart. Guillermo Milla en el oboe fue un sólido protagonista en el comienzo del Adagio , cuyo tema comenta y enriquece el violín solista. Rozhdestvensky estuvo casi siempre parejo, pero mejor que nunca en el Allegro giocoso final, con su tema presentado en acordes, los que también sirven para cerrar, casi como desfalleciendo, el monumento brahmsiano. El músico dejó imborrables recuerdos en 2009 cuando, también con la Sinfónica, tocó el Concierto para violín Nº 4 de Schnittke y tal vez eso hizo que su Brahms se escuchara con cierta nostalgia por el fulgor que mostró entonces.