Cees Nooteboom viajó por primera vez al extranjero al estilo holandés: en bicicleta. Desde aquella incursión a Bélgica, el desplazamiento ha sido su taller. Cuando consiguió trabajo en un barco carguero, se enteró de la función que le corresponde a un artista en la tripulación: limpiar los baños. Para sobrellevarla, escribió crónicas de los sitios donde tocaba tierra. Así se transformó en un pasajero literario capaz de convertir las peripecias del trayecto en estados del alma.
En julio de 2013, Nooteboom cumplirá 80 años sin alterar sus hábitos de viajero frecuente. En los últimos cinco meses ha pasado 12 días en Ámsterdam. Mientras el correo se acumula en su casa, colecciona asombros en desiertos, mares y esquivas librerías. Si la perplejidad fuera un oficio, Nooteboom sería el mayor profesional del gremio.
Su libro más reciente,
Cartas a Poseidón , reúne prosas breves en las que informa al dios griego del curioso estado del mundo. Como suele suceder con un destinatario místico, no hay mensajes de respuesta.
En tiempos de redes sociales y turismo en masa, el escritor holandés escribe sin esperar que le contesten y viaja para modificar su espíritu. No en balde ha escrito: "La transmigración de las almas no sucede después, sino durante la vida".
Una de sus obras más sugerentes,
Tumbas de poetas y pensadores , es un peregrinaje por las últimas moradas de quienes han dicho todo pero aún revelan algo desde el más allá: "Cuando se trata de tumbas, todo es irracional. Llevamos flores a nadie, arrancamos los hierbajos para nadie y aquel por quien vamos no sabe que estamos allí. Sin embargo, lo hacemos. En algún rincón secreto de nuestro corazón albergamos la idea de que esa persona nos ve y se da cuenta de que seguimos pensando en ella. Pues eso es lo que queremos; queremos que los muertos reparen en nosotros, queremos que sepan que seguimos leyéndolos, porque ellos nos siguen hablando".
Dialogar con autores muertos fue un adiestramiento para escribirle a Poseidón. Nooteboom desempolvó su libro escolar de griego clásico, viajó por el Mediterráneo contemplando estatuas del dios y escogió muy bien lo que debía decirles. Los dioses son impacientes y conviene ahorrar palabras. Poseidón, el más temperamental de todos, nunca estará satisfecho. Zeus lo superó en poderío y Atenea lo derrotó como deidad de Atenas. Irascible y lujurioso, Poseidón desató tempestades y convirtió la teodicea en un problema de alcoba. Si en sus novelas es expansivo, en estas cartas Nooteboom condensa al máximo lo que debe decirle al "divino aguafiestas".
Poseidón creó el caballo con un golpe de tridente. Fue su mejor regalo para los hombres, a los que les convenía que se cruzara de brazos para que el mar estuviera tranquilo.
Aunque los romanos prolongaron su leyenda bajo el nombre de Neptuno, se habla poco de él. Sus estatuas siguen cautivando, quizá porque sostiene un objeto de diseño perfecto: el tridente. ¿Hay instrumento más decantado? Al tomar un tenedor, somos aprendices de Neptuno.
Una pregunta esencial recorre el libro: ¿podemos vivir sin dioses? Los templos de Poseidón han sido abandonados; es la deidad perfecta para alguien que carece de fe pero necesita dirigirse a un ser fuera del tiempo para revisar la temporalidad humana: "¿Cuánto tiempo serías capaz de contemplar una piedra?", pregunta el autor.
Desde que Hesíodo desatendió sus ovejas para escribir la Teogonía, los dioses sirven para entender la peculiaridad del hombre. Nooteboom lee que en Francia un señor se casó con un sombrero. ¿A quién darle esta noticia sobrenatural? Incluso quien no profesa una religión requiere de pronto de un testigo trascendente.
El hallazgo de Nooteboom consiste en dirigirse a nosotros a través de un dios. Filtrados por la mirada de Poseidón, los paisajes y los hechos cobran inusitada relevancia.
Sin contestar, el divino aguafiestas está presente. Poco a poco comprendemos su singular función en la correspondencia. El destinatario se transforma misteriosamente en el cartero: los mensajes que no responde regresan a nosotros.
"El olvido es el hermano ausente de la memoria", escribe Nooteboom. Como el dios mudo, el hermano ausente es un testigo implícito.
El silencio de Poseidón permite que leamos como él debería hacerlo. Al suplantarlo se produce una revelación. Un jardín, un burro, un cuadro o una frase de Hölderlin transmiten la sacralidad del mundo. Es el milagro literario de Cees Nooteboom.