Con pie derecho partió el martes la Temporada Internacional "Fernando Rosas" de la Fundación Beethoven. El concierto, realizado en el Teatro Municipal de Las Condes, tuvo como protagonista al afamado Cuarteto Borodin.
Se ha dicho que un cuarteto de cuerdas es una conversación civilizada entre cuatro personas sobre temas interesantes y todos deberían dialogar en igualdad de condiciones. Esto no fue así en los comienzos del género pues la hegemonía recaía, jerárquicamente, en el primer violín. Las cosas cambiaron a partir de los Cuartetos opus 20 y opus 33 de Joseph Haydn, llamado "el padre del cuarteto". Desde ahí, el interés temático se reparte, democráticamente, entre los cuatro integrantes. Esto exige una calidad pareja y las debilidades de alguno de los intérpretes queda en evidencia, afectando al resultado general. Cuando el desempeño de cada uno es óptimo, como se apreció en la estupenda actuación del Borodin, la experiencia de los auditores es única.
El programa contempló el Cuarteto Nº 3 opus 67, de Johannes Brahms, y el Cuarteto Nº 3 opus 30 de Tchaikovsky. En ambos casos, los compositores no volvieron a incursionar en el género.
Después de las densidades de los dos Cuartetos del opus 51, el Cuarteto opus 67 es una sorpresa. Tal vez consecuencia del relajado entorno vivido durante su composición (1875), Brahms nos presenta una obra grácil y amable. Joachim comentó al autor: "Quizás nunca hayas creado música de cámara más bella que la del tercer tiempo y el finale ". Justamente en el tercer movimiento, el Borodin, que comenzó algo distante y mesurado, floreció en una entrega calurosa en la que la participación del violista Igor Naidin fue memorable. El último movimiento, con variaciones a partir de un tema casi naïf , fue evidencia de la maestría de un compositor que desarrolla su discurso partiendo de materiales muy simples.
El alma eslava emergió con Tchaikovsky, quien mezcla su destreza contrapuntística con el cautivante melodismo sello de su estilo. Para guardar en la memoria: el Andante funebre e doloroso , en una versión conmovedora ausente de sentimentalismo.
El Borodin es un grupo excepcional en el que, democráticamente, son todos aristócratas.