No deja de tocar, pero levanta la vista del teclado y mira, como queriendo encontrar los ojos de una sola persona en el público. Vuelve al teclado. Mira y no mira siguiendo el ritmo. A veces mira y el gesto es cómplice, gratamente sorprendido del sonido que sale de sus propios dedos. Se contorsiona y mira, describiendo didácticamente las intenciones de su interpretación. Lang Lang es un músico hiperconsciente de su audiencia: pone una ineludible carga sonora de gran dramatismo para mostrar la música y se asegura de que si esto no bastara, está él también para demostrarla.
El concierto que dio el lunes en el Municipal incluyó dos bloques de obras de espíritu muy diverso: en el primero, las Sonatas Nº 4, Nº 5 (1774) y Nº 8 (1778) de Mozart. La cuarta y la quinta, escritas a los 18, son de una frescura y elegancia que siempre impone desafíos para el intérprete y el público: lo que en principio aparece como simple se complejiza hasta asomarse incluso a la turbación. Lang Lang aprovecha estos giros y los marca con la mirada y con cambios de volumen o de velocidad súbitos, lindantes con el capricho si se los compara con versiones canónicas; también lo hace con más pedal que lo acostumbrado, una práctica que suele no gustarle a los puristas, aunque hay testimonios del aprecio que el mismo Mozart sentía por este mecanismo que extiende la resonancia. Dos momentos, entre muchos, para destacar: el Adagio con el que comienza la Nº 4 y el Andante cantabile con espressione , movimiento central de la Nº 8.
La segunda parte estuvo dedicada a las cuatro Baladas de Chopin, escritas en distintas épocas de la vida del compositor y que, presentadas en conjunto, ofrecen buena parte de su evolución musical, desde el ímpetu de la primera, en Sol Menor, hasta el contenido adiós de la cuarta, en Fa Menor. Aquí Lang Lang justificó con creces por qué se lo tiene como un virtuoso sin par: en estas obras está a sus anchas, no hay dificultad técnica que no sortee y destaca cada matiz, cada hallazgo melódico o armónico del genio polaco, como quien se pasea por un terreno propio. Como un solvente guía que mira, que hace mirar y escuchar.