Hace unos tres años publiqué una columna en un medio digital que titulé "Desarrollo al Chilean Way". El objetivo de la columna era contrastar las exitosas cifras de ingreso per cápita del país con la no tan feliz realidad de nuestra distribución del ingreso. Asumiendo el riesgo de pecar de repetitiva, he decidido usar este espacio para insistir en este punto y reiterar, con un ejercicio ilustrativo, lo que significa la desigualdad en Chile en la puerta del desarrollo.
Chile es un país de realidades muy diversas. Por un lado, si medimos nuestro nivel de desarrollo en función del ingreso per cápita, estamos bastante cerca de alcanzar a los países más pobres del grupo de los más ricos, y con ello entrar al selecto club de las economías avanzadas. Si bien no sabemos con razonable certeza aún cuántos chilenos somos, de acuerdo con las estadísticas del FMI, Chile ostenta un PIB per cápita, corrigiendo por el costo de la vida, en torno a los US$ 18 mil. Como referencia, Portugal, que es una de las economías de menor ingreso entre las desarrolladas, exhibe un nivel alrededor de los US$ 24 mil.
Por el otro lado, sin embargo, los índices de desigualdad muestran que esta media la alcanza sólo una minoría. El gráfico ilustra este contraste. Las barras más oscuras representan los recursos con que en promedio contarán los quintiles de la distribución del ingreso cuando Chile alcance el PIB per cápita que ostenta Portugal hoy, suponiendo que la distribución del ingreso permanece intacta. Esto es, las barras muestran cómo será Chile una vez alcanzado el desarrollo si seguimos creciendo sin políticas que favorezcan más claramente la redistribución.
Las barras más claras muestran cómo son estos mismos ingresos medios por quintil en Portugal hoy, dados sus propios índices de desigualdad. En otras palabras, el gráfico contrasta, a un mismo PIB per cápita, cómo es vivir en un país con la desigualdad de Chile, con cómo es vivir en un país con la desigualdad que exhibe una economía desarrollada como la de Portugal.
Las diferencias son evidentes. Si bien en el gráfico ambas economías son idénticas en promedio, en una el 20% más pobre vive con un ingreso per cápita en paridad de poder de compra de casi US$ 7.400 al año, mientras que en la otra sólo con US$ 4.800; o sea, por ahí cerca del estándar del Congo o Vanuatu.
En el otro extremo, el 20% más rico de la economía con los niveles de desigualdad de Chile alcanza un estándar de vida mejor que en la media de Singapur, con un ingreso per cápita superior a los US$ 65 mil al año. En el equivalente a Portugal, su ingreso medio sería de cerca de los US$ 49 mil al año.
En otras palabras, con nuestra actual distribución del ingreso, sólo el quintil más rico vive con un ingreso promedio superior al per cápita. En cambio, con la distribución de Portugal, el promedio y la mediana están sustancialmente más cerca entre sí.
Si bien no es fácil alterar rápidamente la distribución del ingreso, existen mecanismos que permiten compensar estas diferencias y que Chile usa de manera muy limitada hoy, como es el sistema impositivo. A modo de ilustración, de acuerdo a las estadísticas de la OCDE, el Gini de los ingresos autónomos de los hogares en Dinamarca es de 0,43, mientras que luego de agregar transferencias y descontar impuestos, el Gini cae a 0,25. En Chile, el Gini antes y después de impuestos y transferencias es prácticamente el mismo. Reformas a la regulación laboral también pueden ayudar, en particular por medio de fortalecer la negociación colectiva.
La distribución de ingresos de Chile hoy guarda cercana relación con una desigual distribución de oportunidades en el pasado. En otras palabras, la desigualdad que observamos no es fruto de la meritocracia, una en la que quienes más se esforzaron lograron los primeros puestos de una carrera justa. Lejos de eso. Es por ello mismo que compensar en algún grado esta desigualdad parece de toda justicia, para así lograr un desarrollo más auténtico.