"La separación", recién estrenada en Santiago, tiene un guión tan perfecto que por momentos se come al resto de la película. Con todo, esto no impide que uno tenga la sensación de asistir a una pieza de cine muy poco frecuente, brillante en su inteligencia, clara en sus observaciones, tensa en sus planteamientos políticos.
Como toda cinta de guión fuerte, su trama está cuidadosamente urdida y guarda una decena de giros, que terminan por matizar las acciones de los personajes principales, revelando que no hay santos ni diablos, sino solo personas, cada cual una con sus propias razones, como decía el gran Renoir. La película abre con Nader y Simin (Peyman Moadi y Leila Hatami), un matrimonio de clase media en Teherán, que busca el divorcio frente a un juez. Simin quiere largarse con la hija de ambos, Termeh (Sarina Farhadi), a un país con mejores oportunidades que Irán, mientras que él quiere quedarse, porque cuida de su padre, que está con alzheimer. El juez niega el divorcio, pero ella decide irse a vivir donde su madre y Nader tendrá que contratar a alguien para que cuide a su padre mientras él trabaja. La ayuda que encuentra es Razieh (Sareh Bayat), una mujer de una clase más modesta, muy religiosa, que posee una hija de cinco años y acarrea sus propios dramas, que dispondrán, más temprano que tarde, el choque entre ambas familias.
Entre atochamientos de autos y de personas, esta cinta, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera el año 2012, no aborda uno, sino múltiples conflictos de una nación como Irán: teocrática por un lado, donde la religión no solo regula la política, sino que también las leyes que afectan a los ciudadanos, pero que al mismo tiempo es una economía de 80 millones de personas, bastante occidentalizada, con un desempleo que no baja del 15%. Con ese material, la cinta se las arregla para reflejar las tensiones entre religión y trabajo, hombres y mujeres, clases más y menos afortunadas. Así, por ejemplo, de acuerdo con el islam, Razieh no puede trabajar sin el consentimiento de su esposo en la casa de un hombre sin mujer, pero no le queda más que hacerlo a escondidas. Conflictos de este estilo aparecen a lo largo de la trama y sorprende sobremanera cómo Asghar Farhadi (1972), quien escribió y dirigió esta cinta, fue capaz de hacer tanto con un material en apariencia tan sencillo.
El costo de tanta intensidad es subyugar la película al guión. No se puede decir que la cinta esté filmada como una telenovela, pero cinematográficamente vuela algo bajo. La densidad de la historia, de los hechos y las relevaciones dejan poco espacio para aquellos momentos en que el cine funciona por sí solo, que no se pueden contar con palabras -mira, pasó esto y esto otro-, sino que solo pueden expresarse en la pantalla grande. De esos, "La separación" tiene pocos. La mayoría, aunque breves, están asociados a las dos niñas que recorren la cinta: Termeh y Somayeh (Kimia Hosseini), la hija de la religiosa Razieh. En lo que quizás es el aspecto más trágico de la película, ellas, las únicas que acceden a la historia completa, a la pobre verdad de sus padres, son también las que reciben sus miserias como herencia.
En su mirada sobre estas niñas -que cuando están fuera de la atención de sus padres juegan entre sí alegremente, pero que al final no podrán escapar del poderoso río de la historia-, el director Farhadi nos parece decir que hay poca esperanza para Irán, que los que hoy son niños mañana se convertirán en adultos semejantes a los actuales.
LA SEPARACIÓN
Dirección: Asghar Farhadi.
Con: Peyman Moadi, Leila Hatami y Sareh Bayat.
País: Irán, 2011.
Duración: 123 minutos.