Todos estamos hablando de lo mismo. El pasado 14 de mayo Angelina Jolie contó al mundo que se había vaciado los pechos para prevenir el cáncer de mama y desde entonces todos -en la radio, en la televisión, en la gráfica, en las calles- analizamos pros y contras de la elección de Angelina y vamos construyendo lentamente -y no tanto- lo que en algún momento será una tendencia. Habrá muchas mujeres -puede suponerse- que seguirán los pasos de Angelina y en los próximos tiempos se meterán al quirófano con un único fin: matar lo que todavía no nació. Vaciarse los pechos por si acaso.
Los oncólogos la llaman mastectomía preventiva. Y no puede -o no debería poder- practicársela cualquiera. En teoría solo pueden operarse las mujeres con antecedentes familiares -tal es el caso de Angelina- o aquellas que, en virtud de los avances genéticos, se someten a un estudio cromosómico para develar qué tipo de destino les está cocinando el propio cuerpo. Saber, en esos casos, tiene un precio. Y no se trata solo de dinero. A unas pocas les puede salir que tienen BRCA1 y BRCA2, dos genes bastante inusuales -Angelina tiene el BRCA1- que elevan a entre un 60 y un 90 por ciento las posibilidades de que una mujer contraiga cáncer de mama (cuando normalmente son de un 12 por ciento). Para estas mujeres sanas, pero en riesgo, históricamente hubo dos alternativas: tomar medicamentos preventivos y -la principal- chequearse a menudo para detectar cualquier manifestación de un modo temprano. Pero el avance de las siliconas abrió esta tercera posibilidad: ahora es posible vaciarse y llenarse, y reducir en un 90 por ciento las chances de contraer la enfermedad.
Es una opción dura. Las mujeres que se quitan los pechos nunca podrán amamantar y perderán buena parte de la sensibilidad al tacto. Pero, en contrapartida, accederán a la posibilidad dorada que ya viene anticipando la genética: controlar los supuestos azares del cuerpo y -en esta ocasión- gozar del beneficio extra de unos pechos nuevos. Así lo explicó años atrás Deborah Lindner: una médica bella y joven que en el año 2008 se hizo conocida por practicarse una de estas cirugías y por instalar en el terreno de la opinión pública -y por primera vez- el debate sobre la mastectomía preventiva. Lindner, contó entonces al New York Times, había tenido sus motivos para operarse. Su madre había padecido cáncer de pecho y ella -al igual que Angelina, años después- se había hecho un estudio para conocer las probabilidades que tenía de repetir la historia. Luego de realizarse el análisis, Lindner supo que estaba en riesgo, pero sana. También estaba sana cuando se hizo una mamografía y siguió estando sana cuando fue a buscar los resultados y vio que daban perfecto. El mayor problema de Lindner, a esa altura, no era la salud, sino la incertidumbre. Lindner se palpaba las mamas a diario. Todo el tiempo buscaba el carozo de una enfermedad que nunca terminaba de llegar.
-Esto me está volviendo loca -le dijo Lindner a Erin King, una compañera de trabajo. King tenía 33 años y se había implantado siliconas por motivos cosméticos.
-Sácatelas y ponte otras -le contestó King: los americanos son prácticos-. Te van a quedar hermosas.
Cuando llegue a los 40, o apenas logre tener un hijo, Lindner tomará además una nueva medida que probablemente esté siendo evaluada por Angelina: se quitará los ovarios para evitar el riesgo de un cáncer que el estudio genético también le anticipó. Dará un nuevo paso dentro de un modelo al que la medicina ya le ha puesto un nombre: por este tipo de prácticas y decisiones, a las mujeres como Lindner y Angelina se las llama "previvientes" (previvors); un neologismo que, al modo de la película Memento, altera la línea de tiempo de un modo casi cinematográfico. Los previvientes son los que matan algo que todavía no existe, los que se lastiman para no dañarse y los que abren, con su decisión -más aún cuando son personas públicas- una interrogante delicada. ¿Hasta dónde debería llegar el estado de alerta? Los pechos y los ovarios se vacían por si acaso, del mismo modo que los países se invaden por si acaso. Una lógica de la prudencia que se adorna con buenas intenciones, pero que en el fondo corre el riesgo de cumplir con un único fin: impedir que un cuerpo (que es lo mismo que un país) hable un lenguaje propio. Y se corte o se repare con el filo de su propia lengua.