En el programa distribuido el martes en el Teatro Municipal, Itzhak Perlman fue presentado como "un violinista universal". Esa universalidad puede ser entendida de varias maneras: por la amplitud de su repertorio, que no arrisca la nariz para transitar por todo el canon violinístico, dándole también un espacio a música de salón o de filmes, más "liviana". Esto no es privativo de él, muchos grandes intérpretes lo han hecho. Pero, más allá de sus indiscutibles méritos musicales, Perlman ha asumido una postura humanista que lo ha hecho transmitir su arte como un cruzado que lleva su convicción artística por todo el mundo, sobreponiéndose a sus limitaciones físicas, convirtiéndose así en un ejemplo. Todo ello emanando de una personalidad plena de humor y bonhomía que desmitifica la solemnidad ritual de un concierto.
La Sonata opus 12 Nº 1, de Beethoven, la primera que escribió para violín y pianoforte, no es una obra conspicua, aunque "interesante". Si se piensa que solo un año más tarde vería la luz la Sonata para piano opus 13, llamada "Patética", con un lenguaje beethoveniano ya plenamente acusado, se revela que la relación de Beethoven con el violín tendrá que esperar para alcanzar las alturas sublimes de la "Kreutzer". Pareciera un bien construido ejercicio en busca de identidad, y Perlman, con la alianza del extraordinario pianista Rohan de Silva, entregó lo máximo que puede hacerse con una obra de estas características.
La interpretación de la Sonata de César Franck fue memorable. Pocas veces se asiste al prodigio de escuchar una obra que, a pesar de ser tan familiar, pareciera estar recién naciendo ante nuestros ojos y oídos. Eso solo se consigue cuando el intérprete actúa como co-creador, y Perlman no tocó Franck, sino que fue Franck. Las líneas fluyeron con arrebatador élan , y se engarzaban en el discurso, fluidas y sin costuras. El Tartini que vino a continuación (la Sonata "El trino del diablo"), más las piezas agregadas (originales, arreglos y transcripciones de Kreisler, John Williams, Wieniawski, Albéniz, Bazzini, Joachim), sirvieron para calibrar la inaudita técnica de Perlman y provocar la catarsis del público. Pero la verdad es que habría bastado Franck para irse a la casa en estado de gracia.