"Gloria" debe ser lo mejor que el chileno Sebastián Lelio ha filmado. Revela un claro punto de inflexión frente a sus tres largos anteriores. Por un lado, se atreve a romper la unidad de espacio y tiempo común a sus películas anteriores: desde "Sagrada familia" (2005) a "El año del tigre" (2011), sus historias siempre sucedían en solo un par de días, con los protagonistas aislados de la vida cotidiana, en una suerte de purgatorio donde enfrentaban vía crucis personales. Y no utilizo las metáforas cristianas al azar, porque el mismo director se preocupaba de remarcarlas, no siempre de manera feliz. Ese tic también desaparece casi del todo, reemplazado por la retórica de las canciones AM, más pagana, hiperbólica y gozosa. Ahora seguimos la vida cotidiana de Gloria (Paulina García), una mujer de 58 años, oficinista, quizás de cuna burguesa, pero algo empobrecida en el camino, separada hace años y con dos hijos cerca de los treinta que no la inflan demasiado, aunque igual la quieren. La seguimos por un tiempo difícil de determinar, lo que revela quizás que Lelio aún no se siente del todo cómodo en narraciones más extendidas. No hay estaciones del año que nos ayuden a tener una referencia y la separación entre los días de trabajo y de descanso de Gloria resulta a veces algo confusa.

Estos detalles, sin embargo, se revelan secundarios frente al compromiso del director con su protagonista, un punto segundo de inflexión, aún más relevante, en el cine de Lelio. En lugar de mantener la mirada clínica, distante, astuta pero también fría de sus películas anteriores, ahora abraza, compadece y admira a su protagonista. "Gloria" se la juega por Gloria. Sería imperdonable que no lo hiciera, porque el personaje que Paulina García arma es adorable: resuelta, alegre, sensual y, por sobre todo, abierta afectivamente, lo que no es poco a su edad o a cualquier edad. Su presencia es tan brillante, que ensombrece a quienes la rodean, empezando por sus hijos, pero especialmente a Rodolfo (Sergio Hernández), un ex marino, recién separado, con quien comienza una relación que está en el centro del relato. Gloria cree tan firme y desinteresadamente en los afectos, que cuando Rodolfo le lee un poema horrible, que ella sabe horrible, no puede dejar de conmoverse, simplemente por el candor y la emoción con que Rodolfo lo transmite. Sí, Gloria está dispuesta a querer sin exigir más que una entrega abierta, mutua, limpia. Su calidez empapa a la película completa. Lo que nos lleva al desenlace (recomiendo no seguir leyendo a quienes no han visto la cinta): pese a que la última escena está filmada con la retórica y la energía de una redención, los hechos fríos nos dicen que Gloria termina más herida y más lastimada de lo que comienza. ¿Por qué? ¿No merece acaso una mejor suerte? Si ella no la tiene, ¿qué nos queda para nosotros, seres mucho más neuróticos, trancados y limitados que ella?

Toda película contiene una mirada sobre el mundo, en la medida en que condena o salva a sus personajes según sus méritos o, por el contrario, según un azar inmanejable, que bien podemos llamar destino. Hay pocas dudas de que el mundo puede ser injusto, de que los buenos pueden ser vencidos por los cobardes, y no se puede juzgar a una película por consignarlo. Pero uno, como espectador, también puede rebelarse y repetir: Gloria merecía una mejor suerte. En cualquier caso, se le agradece a Lelio y su equipo el viaje.

GLORIA
Dirección: Sebastián Lelio.
Con: Paulina García, Sergio Hernández y Coca Guazzini.
País: Chile, 2012.
Duración: 110 minutos.