Nos encanta afirmar y escuchar que somos el país con mayor costa en el mundo. Mentira. En nuestro continente, Brasil nos aventaja. En el norte, Estados Unidos y Canadá también. Al otro lado del océano, Australia es una isla continente que nos lleva por varias veces. Indonesia es tan largo como nosotros, pero este-oeste, y son puras islas: costas y mar por todos lados; China y la India también. El tema es baladí, qué duda cabe. Sin embargo, constituye un botón de muestra de cuánto nos gusta alimentarnos de mentiras.
Es como si nunca hubiésemos mirado un mapa. En realidad, los hemos mirado mil veces, sin detenernos a ver con claridad los aspectos que nos deberían interesar. Solo nos quedamos con una información enciclopédica para lucirnos y parecer cultos y civilizados al modo de otros. ¡Qué lejos estamos de nosotros mismos!
El problema es cuando estas mentiras se transforman en el plato de fondo: que hay que reemplazar la Constitución, que la tremenda desigualdad del ingreso, que el modelo ya fracasó; para qué decir nada del tan vapuleado binominal. ¿De qué se está hablando? Si escuchamos a los políticos, pareciera que vienen de otro mundo, o que el haber vivido la trayectoria de estabilidad y sabiduría recorrida por el país les es ajeno por completo. O, peor aún, que no les interesa. Y más grave todavía, que no les conviene. Y para ocultar todo esto, nada mejor que seguir hablando de la dictadura. ¡Con qué superioridad moral se visten para revestir de seriedad las mentiras!
Anteriormente vivimos paradojas semejantes. Durante la década de 1920 se introdujeron reformas que tuvieron por resultado llevarnos al subdesarrollo. En los 70 le tocó el turno a la revolución: se dijo que todo era malo, pues lo existente aseguraba el predominio de la despreciada burguesía. Hasta los maniceros de la Plaza de Armas fueron tildados de burgueses, por defender su barquito de latón. Destruyeron todo: institucionalidad política, vida económica, orden público y vida social. Costó 17 años recuperar al país y dejarlo con un salto adelante inimaginable antes.
Frente a estas mentiras, la vieja sabiduría campesina decía que era como comulgar con ruedas de carreta. ¿Se pueden imaginar semejante indigestión? Nuevamente los políticos ofrecen intoxicarnos con falsedades. Frente a ello debemos reconocer lo que somos y valorar nuestras experiencias. Vivir sanos, alegres y con espíritu positivo para proyectarnos al futuro es el tónico que de verdad necesitamos.