Hemos pasado los últimos días pegados al televisor sin acabar de entender los hechos vinculados a la secta de Colliguay, que ofrecen, en su abstruso desencadenamiento, en su tragedia, la posibilidad de echar una mirada al abismo humano. No se puede olvidar, en este sentido, la frase de Nietzsche (no leída directamente, sino citada por uno de los personajes de la serie Criminal minds ): cuando te asomas al fondo del abismo, también el abismo se asoma al fondo de ti.
En cuanto a los programas televisivos, la procesión ha sido larga (o lunga, como en la famosa milonga): psicólogos, psiquiatras, criminólogos, demonólogos, sectólogos, videntes, detectives, todo el mundo ha desfilado en un corso de interpretaciones que a nosotros, al otro lado de la pantalla, nos hacen estrujar la mollera. Los periodistas han estado de acuerdo en un juicio: que el suicidio del líder Antares de la Luz, o Ramón Castillo, fue una decisión cobarde. La doctora Cordero apeló a la probabilidad psicomágica de que el nombre Ramón implicara cierto grado de locura por parte de la madre (por asociación a San Ramon No Nato). Todo parece merecer una triple lectura: los nudos que amarraban los palos de un domo rústico, el triángulo místico formado por los cerros de Colliguay y la conducta del viento en esa zona, el hecho de que uno de los refugios ocupados por Antares estuviera habitado por palomas blancas. Ritos, misterios, configuraciones secretas de la realidad.
Quizás esto sucede cada vez que enfrentamos sucesos intolerables enhebrados en la banal consecución de la vida diaria: que nos ponemos a considerar las cosas como si cifraran una especie de mensaje. Yo he caído en lo mismo. He mirado muchas veces la foto de la casa abandonada donde se ahorcó el gurú, como si en la historia truncada de ese lugar radicara un mandato infausto. Se parece bastante, de hecho, a la del cuadro de Cézanne titulado precisamente "La casa del ahorcado". Cézanne (que la tarde en que murió su madre siguió pintando, según recuerda Merleau-Ponty) se esforzó en el empeño de dar cuenta de la naturaleza de un modo radical, más allá de la frontera marcada por los impresionistas, y de algún modo ocluyó el camino del arte retiniano.
Breton, en las primeras páginas de
El amor loco , especula sobre esta pintura de Cézanne, proponiendo una sincronía entre los lugares cargados o imantados y el destino de las personas. Son, por supuesto, relaciones que se pueden mostrar, pero no demostrar, lo que no quiere decir que no tengan alguna influencia en nuestros movimientos o en nuestras decisiones. Todos somos muy racionales cuando nos exigen una explicación, pero los corredores de propiedades saben bien cuánto cuesta encontrarle compradores a una casa donde se ha cometido un crimen.