Tuvo otros nombres, pero el de minimalismo ha prevalecido. Con sus raíces en Mondrian y en la abstracción geométrica posterior, esta tendencia nacida casi medio siglo atrás, en Estados Unidos, también ha contado con tardíos cultores chilenos. De ello es testigo la actual exposición que presenta el Centro Cultural Matucana 100. Sin duda que este lugar, con la neutralidad arquitectónica de hoy, sirve mucho mejor a sus fines: se eliminó la incómoda y pintoresca galería lateral, además de pintarse entero de blanco. Podemos ver ahí trabajos ejecutados entre 1998 y 2011 en distintas ocasiones, por 16 autores. Permiten apreciar los cruces y entrecruces que ha sufrido aquel minimalismo de los originales Andre, Judd, LeWitt, etc. en nuestro país. Sin que eso signifique un mayor mérito creador, probablemente los expositores más cercanos aquí a los paradigmas iniciales -formas geométricas simples, ángulos rectos, ritmo de alineaciones, composición progresiva y en serie- los hallemos en
Cristián Silva-Avaria ,
Rodrigo Galecio ,
Pablo Rivera y
Cristhian Quijada . Sobre todo el primero, con la simplicidad de su intervención pictórica en blanco y negro a un rincón del recinto, anclajes incluidos. El cubo multicolor de Galecio entrega la novedad de estar constituido por una suma de pinturas y sus bastidores respectivos. En cuanto a la estructura elemental de una casa, Rivera se limita a un decorado de colores múltiples. El ritmo luminoso provocado por el alfabeto Morse del menos conocido Quijada, más bien se contamina con el video de unos bailarines con poca gracia.
Hacia finales de los años 60, algunos cultores del minimalismo emprendieron la conquista de un material flamante, el paisaje y su topografía particular, ya sea montañosa o desértica. Así tenemos, en Matucana 100, las fotografías de
Claudia Missana y de
Josefina Guilisasti . Está a la vista que ambas adscriban más que nada al land art . Así, muy atrayente y unitario resulta el ciclo sobre el agua de la primera. Interviniendo sus márgenes con rectángulos de tiza blanca o de pigmento negro, sigue el curso acuático desde las nieves eternas hasta el propio mar. La segunda, por su parte, realiza un contrapunto fotográfico entre paralelepípedos habitacionales de compatriotas invasores nuestros y los ordenados, los pulcros bloques de hormigón del célebre Donald Judd. Urbanizaciones ideales emprenden, entretanto,
Patricio Vogel y
Carolina Illanes . Más imaginativa parece esta última, a través de resmas de papel troquelado que sugieren bonitos conjuntos de rascacielos. Más desnudo y menos sugerente, Vogel asimismo totaliza con blanco sus uniformes volúmenes.
Cristián Salineros se aparta en buena medida de la geometría pura, sus albos trompos con barras de acero logran transmitir, agrupados, la sensación de movimiento y, más allá de eso, una especie de eternización del juego.
Ricardo Pizarro , en cambio, aprovecha las texturas de toallas de papel para dibujar con puntos de plumón planos geométricos, cuyo minimalismo desaparece bajo las aproximaciones frecuentes a floreadas baldosas punteadas rojas.
Si Duchamp, ya a comienzos del siglo pasado, proclamó que artista y observador son quienes crean la obra de arte, el arte conceptual -cabe considerarlo una prolongación minimalista- impuso que el contenido intelectual, la idea, sea más importante que su materialización artística. En la presente ocasión,
Nury González y
Bernardo Oyarzún constituyen ejemplos excelentes de este tránsito. De la reiteración formal y de la diversificación de un concepto único se vale González para entregarnos su versión genuina de un personal hecho doloroso, al que consigue sacar de la propia intimidad para otorgarle una dimensión épica. La rusticidad de un elemental armazón de madera y una cónica pila de clavos permiten a Oyarzún emprender, a través de una interpretación amarga del trabajo manual, un sentido homenaje filial. Otros tres expositores, en cambio, se mantienen fieles a la metamorfosis del objeto. De esa manera,
Livia Marín , maestra de la variación, preserva en yeso un simple vaso de papel blanco, desplegando las mil posibilidades a que da lugar su deterioro por el uso. Y semejante personaje la conduce a provocar una especie de modulación musical al infinito. Con prosaicas cucharas de plástico,
Rodrigo Vargas se hace admirar; su escultura define un lindo espiral, que evoca la agilidad y el fuerte sentido direccional del "Cardumen". Respecto de
Isidora Correa , la instalación suya, una vez más, desarma mobiliario de madera para reconstruirlo plano, proponiéndonos un mapa de Santiago. Por último,
Iván Navarro muestra su viajada carretilla con luces fluorescentes y la filmación de esta, en acción, dentro de una estación de trenes.
MINIMALISMO MADE IN CHILE
Interesante muestrario de los avatares poco conocidos del minimalismo tardío en nuestro país.
Lugar: Matucana 100
Fecha: hasta el 11 de junio