Radrigán ha sido, desde sus comienzos, una antena que percibe los principales problemas de nuestra sociedad. En un primer tiempo nos mostró un tipo de marginalidad en la que no habíamos reparado y alzó la voz para preservar la dignidad. Hoy, siempre atento a los dolores humanos, vuelve su mirada hacia los problemas interiores, hacia los rechazos injustificados, hacia las violencias que enturbian la vida, hacia esos miedos que se acentúan ante la proximidad del final.
El deterioro que trae el tiempo, el rechazo a la homosexualidad y la mutua agresión son tres temas que se entremezclan en esta obra, pero es la proximidad de la muerte lo que crea los climas dramáticos. En la primera escena, León, el hijo, ha preparado un banquete para sus padres. La madre permanece indiferente, lo encuentra ñoño, relamido y sin creatividad. León, afectado por esa afirmación de su madre que es profesora de arte, piensa: "Debe ser que la presencia de la muerte me deprime". La muerte se instaló allí desde que se dio cuenta que esos dos viejos estaban solos e indefensos.
El padre, escritor de 74 años, lo mira todo con pena, como despidiéndose. Atribuye su inseguro andar a que "la muerte me nació curca adentro y a veces me entorpece los movimientos". Y ante la serie de restricciones que le impone su esposa para que se mantenga mejor, dice "Para qué, es inevitable que llegue el tiempo asesino en el que ya nada de lo que nos constituye se regenere". Es este sentirse deteriorado y al fin de la vida lo que determina su actuar.
El tema de la homosexualidad se mezcla con lo anterior. León, transformista, ha sido contratado para actuar en un crucero, es su gran oportunidad para llegar a su meta ideal, Itaca, y ha venido a pedirle a su padre que le escriba una obra. César no piensa hacerlo, pero luego parece abrirse a esa posibilidad, sin embargo se siente sin fuerzas para emprender un nuevo trabajo creativo. Es el deterioro, más que su rechazo al travestismo, lo que le impide escribir para su hijo.
El director Víctor Carrasco escogió esta obra para inaugurar su Teatro de la Palabra que, en un vuelco a la tendencia actual, dará prioridad a los textos, a la palabra. En sus direcciones teatrales evita los efectismos, busca en sus actores el movimiento mínimo, solo lo indispensable. Diana Sanz interpreta a una señora inválida, permanece sentada y reticente a todo. José Soza es César, el escritor viejo, lleno de enfermedades, que continúa con sus proyectos literarios pero siente que ha perdido fuerza creativa. Ambos, por el carácter de sus papeles, deben limitarse a pocas acciones. En cambio Pablo Schwarz, transformista homosexual, se supone histriónico, pero atrae en exceso la atención del espectador y esfuma un tanto el tema de la muerte.
El texto de Radrigán, si bien cargado de violencia por la constante mutua agresión de los tres personajes, mantiene un tono elevado, filosófico, con alusiones cultas sobre la declinación de la vida. La última escena, después del baile, que quizás pudo ser una demostración del arte del transformista, presenta las disquisiciones finales de los tres personajes. El hijo travesti ve que "lo único que ha quedado es una condena humana, sin nada humano que la justifique". La madre intuía que el padre iba a ser incapaz de romper con sus juicios y prejuicios y no ayudaría a su hijo. El padre se lamenta, "mis carnes ya no me obedecen, todos los dioses que inventé para sobrevivir han dejado su lugar al silencio, es la muerte". Un clima de letanía, de pesar y meditación cierra la obra.
Radrigán mantiene su posición de siempre, mirar la vida de frente, sin adornos, y expresarse en un lenguaje directo, pero cuidado, con giros poéticos y altura filosófica. Sin embargo la sociedad y él han cambiado, corresponde entrar a otra etapa, mirar desde otra perspectiva. Continúa en su intención de eliminar lo que enturbia la vida, que ahora son las violencias y rechazos sin razones válidas, pero sobre todo nos propone mirar hacia el interior y comprender que el paso del tiempo nos deteriora.
BAILANDO PARA OJOS MUERTOS
Dramaturgia: Juan Radrigán.
Dirección: Víctor Carrasco.
Elenco: José Soza, Diana Sanz y Pablo Schwarz.
Dónde: Teatro de la Palabra (Crucero Exéter 0250, Barrio Bellavista).
Cuándo: Hasta el 12 de mayo.
Funciones: Jueves a sábado, 21:00 horas / domingo, 19:30 horas.
Entrada: $8.000, general / $4.000, estudiantes y tercera edad.
Reservas al 2732 7212.