Los críticos, hasta el momento, han celebrado "Iron man 3", la nueva entrega de Marvel, estrenada esta semana en Chile, sorprendentemente antes incluso que en Estados Unidos. Aplauden su agilidad, su humor y que la cinta haya puesto a Tony Stark (Robert Downey Jr.) en problemas que no había vivido antes, como su insomnio y sus ataques de ansiedad, causados en gran parte por las experiencias que muchos espectadores vimos en "Los vengadores", entrega anterior de Marvel, donde Stark debía defender la Tierra en compañía de otros superhéroes de la misma editorial.
En fin.
Tienen en parte razón. "Iron Man" -junto con algunos capítulos de "Spider man"- es la saga que mejor funciona de esta compañía, en buena parte gracias a que tuvieron la lucidez de darle el papel de Stark a Downey Jr., un actor que ha sabido darle humor y cinismo al personaje, además de complementarlo con su propio mito de celebridad inmadura y vividora, que creó consistentemente durante buena parte de su carrera. Esta tercera parte no es la excepción y acierta con algunas piezas de humor admirables, que podemos atribuir a Shane Black, director y guionista de la cinta, casi un mito en Hollywood, entre otras razones, por haber vendido el guión de "Arma mortal" con sólo 22 años.
Más allá de eso, sin embargo, la cinta tiene la estructura habitual de un blockbuster , donde sucede mucho, se entiende poco, pero no importa demasiado, porque lo esencial no cambia: Stark enfrenta un enemigo poderoso, que quiere tomarse el mundo o buena parte de él, y vencerlo exigirá hasta el último de sus recursos. O casi. El encanto de este tipo de películas nace, tal como en una buena canción pop, de mezclar adecuadamente la novedad con la recurrencia, de que el producto tenga un sabor original pero que al mismo tiempo nos sea familiar, confortable, amigable. La calidad de estas cintas debiera juzgarse no porque sea "entretenida", sino por cuánto sea capaz de tensionar el modelo, poner en riesgo la preeminencia de la acción con el fin de ganar en densidad de los personajes, emoción que nace de sus conflictos o la posibilidad de lecturas sociales o políticas, donde la situación desarrollada en la historia admita también leerse como metáfora de lo que sucede fuera de la cinta, en la sociedad real por decirlo de alguna manera, como lo intenta "El caballero de la noche" (2008).
"Iron man 3", por cierto, no va tan lejos. Incluso va menos lejos en ese sentido que la primera parte. Afirmar que el personaje de Stark ganó en esta serie densidad o profundidad es errar el punto. Stark -que, dicho sea de paso, durante algún período de su vida en el cómic era un magnate frío, solitario y torturado-, en este tercera entrega, tiene problemas sicológicos tan profundos y duraderos como un resfriado, por mucho que la cinta insista en mostrar su ansiedad y cierta dependencia infantil de sus armaduras, como el niño que se afirma de su oso de peluche. En la primera parte, al menos, Stark era empresario de las armas, sin principios, arrogante, cómico, pero al final de cuentas un mal bicho. Ahora es sensible, está enamorado e indefenso en buena parte del relato. Poco le queda de ícono de una sociedad capitalista y militarizada como la norteamericana. Este cambio sutil es a las finales un blanqueamiento que hace más convencional al héroe y más fácil de consumir el producto total de la película. Un Tony Stark duro, descarado, insensible, egoísta e inepto para ponerse en el lugar del otro, pero que al mismo tiempo era capaz de actos heroicos, resultaba menos digerible, más ambiguo y algo más adulto. Y ése era justamente el chiste.
IRON MAN 3
Dirección: Shane Black.
Con: Robert Downey Jr., Gwyneth Paltrow y Guy Pearce.
País: Estados Unidos, 2013.
Duración: 130 minutos.