Lo que ocurra con nuestra economía después del auge del cobre depende de la condición en que se encuentren las variables de corto plazo (uso de la capacidad, brecha de gasto sobre ingreso, finanzas públicas, inflación) y de los fundamentos económicos de mediano plazo (crecimiento de tendencia, sustentabilidad, productividad). En la actualidad estamos volcados a las miradas de corto plazo, como el eventual sobrecalentamiento o los riesgos del déficit en cuenta corriente. Las posibles trayectorias de la economía cuando los términos de intercambio se normalicen es una materia menos analizada y en las que tenemos importantes desafíos.
En los últimos siete años los términos de intercambio del país crecieron 70% respecto del nivel de los 15 años previos. Esto ha movilizado recursos desde empresas, sectores o regiones de menor productividad hacia actividades más rentables, lo que en el agregado se ha expresado en mayor eficiencia y en crecimiento. También han aumentado el poder adquisitivo de las exportaciones y los ingresos fiscales, permitiendo una mejora adicional en el bienestar de la población. Esto es lo que observamos hoy en Chile. El desafío es convertir este impulso en capacidades humanas y tecnológicas superiores, que nos permitan participar en mercados más complejos, que generen mayor valor y que sustenten empleos con mejores salarios.
Un buen punto de partida es revisar algunas experiencias emblemáticas. Argentina, por ejemplo, se benefició de los altos precios de los alimentos, como carne, trigo y maíz, hacia mediados de la década del cuarenta del siglo pasado. Pero cuando los precios se normalizaron a comienzos de los cincuenta, el crecimiento trasandino volvió a marcar el paso, como lo hizo la mayor parte del siglo XX. Australia, en cambio, con una estructura productiva intensiva en minería, tuvo un ciclo de precios internacionales favorable que duró hasta el fin de la guerra de Corea, en 1953. Cuando los términos de intercambio se normalizaron, su crecimiento siguió aumentando a partir de nuevas capacidades, permitiendo la expansión de nuevos rubros y empresas.
En Chile, los términos de intercambio probablemente ya alcanzaron su nivel más alto, empujados por la demanda de China. En la actualidad hay -en el país y en el mundo- cuantiosas inversiones mineras que están próximas a entrar en operación, con lo cual los precios de los metales se mantendrán elevados comparados con los niveles históricos. Pero tenderán a declinar desde los récords recientes, lo que se agrava por el aumento de los costos en este sector.
Este escenario plantea riesgos que no estamos gestionando. Las autoridades gubernamentales están convencidas de que el mayor crecimiento se debe a ellos mismos, por lo que están atrapadas en diagnósticos llenos de autocomplacencia y autoelogios. Es función del Gobierno liderar a los demás actores sociales en la preparación del país para enfrentar los escenarios que vienen, de modo que podamos seguir por el camino del progreso.
Proyectar el crecimiento después del auge del cobre implica enfrentar desafíos en tres ámbitos. Primero, invertir en nuevas capacidades productivas, lo que nos permitirá disponer de capital humano de calidad, de nuevas fuentes de energía y de una mejor infraestructura. En estas áreas debemos acelerar el tranco.
Segundo, mejorar las reglas del juego con que operan las personas y las empresas, que se han vuelto inestables y engorrosas. Para enfrentar este desafío es indispensable la profesionalización y modernización del Estado, que no está recibiendo la prioridad que requiere.
Tercero, reafirmar que la estrategia de largo plazo se asienta en pilares sociales sólidos: un proyecto compartido, una gobernanza legítima y eficiente, y una base amplia de confianza que permita la colaboración de los diversos actores: trabajadores, empresarios y mundo político. En este ámbito es donde observamos menos avance.
Estos desafíos son especialmente complejos en un país que, como Chile, arrastra altas desigualdades y ha experimentado un alivio en los ingresos extraordinario del cobre. Resulta imprescindible, entonces, poner en la agenda escenarios que actualmente no estamos visualizando e implementar acciones coherentes con el objetivo de alcanzar el desarrollo.