Desde fines del siglo XVI el espíritu italiano ha campeado con un sello inconfundible en la música vocal e instrumental. En el concierto del viernes de la Orquesta Sinfónica de Chile, tal espíritu se hizo presente con obras de Rossini, Paganini, Respighi y Verdi. El artífice fue el experimentado director Marcello Panni, cuya calidad se vio reflejada en entregas ejemplares.
Cuando una obra está bien interpretada, se derrumban los prejuicios respecto de lo "demasiado conocida" que puede resultar. La versión de la obertura de "El Barbero de Sevilla", de Rossini, optó por una postura clásica, diáfana y vital. Fue un goce la pureza sonora de la orquesta y apreciar su fructífera complicidad con el director.
El Concierto Nº 1 para violín de Paganini contó con la participación del joven solista argentino Xavier Inchausti (1990). Su actitud, de una parquedad casi ausente, no hacía predecir lo que vino: el non plus ultra de la técnica violinística. Inchausti, infalible, nos apabulló con las dobles cuerdas, los pizzicati de mano izquierda, los impecables pasajes de armónicos, pero el lirismo de su cantabile también emergió con elegancia entre el fárrago de virtuosismos. El público habitué del Teatro de la Universidad de Chile sabe perfectamente que la costumbre es no aplaudir entre movimientos, pero en forma perdonable y comprensible no se resistió a hacerlo al final del primero. El magnífico solista correspondió con una paráfrasis de Paganini sobre un tema de Paisiello que provocó el delirio de los auditores.
De Respighi, maestro del color sinfónico, se interpretó "Las Fuentes de Roma", obra que describe el tránsito desde el amanecer hasta el ocaso teniendo como referentes visuales a cuatro de las más famosas fuentes de la ciudad. Manni, con una orquesta de gran calidad sonora, nos condujo serenamente desde la luz grisácea del alba, pasando entre chorros exuberantes en el pleno día, al tenue color crepuscular con que la obra se deshace entre celestas y campanas. Una hermosa versión.
La ejecución de la obertura de "Las Vísperas Sicilianas", de Verdi, coronó el concierto con dramatismo y permitió el lucimiento de los cellos , los barítonos de la orquesta.