Una cosa es indudable: El próximo gobierno, con independencia de su color político, tendrá la fortuna de iniciar su marcha a partir de cifras económicas envidiables a nivel mundial. El PNUD continúa situando a Chile como país líder en el índice de desarrollo humano en la región, y por primera vez superamos en esto a un país europeo occidental, Portugal. La actual administración tuvo que arrancar con uno de los peores terremotos que han asolado a la humanidad y con índices económicos que exigían cuidadosa cirugía. El próximo gobierno encontrará a la vez a una ciudadanía empoderada, exigente y que demanda mayor participación en la riqueza y la toma de decisiones de la nación.
El peligro para un país que enfrenta estas circunstancias y ve con escepticismo a la clase política, es que los políticos opten por estructurar programas en torno a las demandas más sonoras, mediáticas y populares que escuchen, desplazando a un plano secundario su viabilidad y conveniencia. Los políticos no deben ser solo cajas de resonancia de la población. Deben cumplir a su vez una misión que implica coraje civil y conocimiento del país que contribuyen a conducir: deben ser capaces de explicar a la población que hay exigencias deseables y factibles, y otras que, aunque deseables, no son factibles. A la larga, los países agradecen una dosis de pedagogía y sinceridad de sus líderes políticos.
Creo que los presidenciables deben proyectar tanto el país de sus sueños como el tipo de ciudadano que ese país requiere. No me refiero solo a la calidad democrática y profesional de las personas, sino también a la responsabilidad que ellas han de tener en un mundo abierto, competitivo, inestable y con crecientes desafíos. Estamos enfatizando derechos justo cuando se recortan beneficios sociales que se otorgaban en países que han sido nuestros modelos por decenios. ¿Qué hacer ante esto? Urge hablar no solo de derechos, sino también de los deberes del ciudadano en el país con que se sueña, y urge hablar al ciudadano del mundo globalizado y asaz competitivo en que estamos insertos.
Hay otro tema inquietante: ¿Cómo se satisfacen las demandas de equidad social y se evita a la vez que el capital, más veleidoso que nunca antes a causa de la globalización, emigre y opte por invertir y crear puestos de trabajo en otros países? El capital, decía Karl Marx, es el único animal que huye para atacar. ¿Cómo se mantiene la exportación no tradicional de Chile frente a vecinos -como Colombia y Perú- que acortaron y, en ciertos casos, anularon la distancia que los separaba de nosotros hace 25 o 10 años? ¿Solo a través de la eficiencia? Desde 1990 hemos aprovechado la economía abierta y exportadora establecida en el régimen militar, pero no hemos logrado sentar las bases de una nueva economía, capaz de mantener la distancia que existió en el pasado frente a países que hoy nos pisan los talones aplicando las mismas estrategias que Chile empleó hace tres decenios, cuando eran revolucionarias. En este sentido, la democracia está en deuda: aún no logra crear un hito o una cesura semejante en la economía nacional.
Y otro tema que deben abordar los presidenciables: ¿Nos habremos convertido en un país con petróleo rojo? ¿Qué situación afrontaríamos si el precio del cobre cayera estrepitosamente? Por un cuarto de siglo no hemos avanzado hacia una economía basada en el conocimiento y mayor valor agregado. La monoproducción de materias primas no genera equidad. Son las economías complejas, dicen los expertos, las que la crean. Poco aprendemos de Israel o Corea del Sur, que se propusieron el salto y lo lograron, cambiando su esencia económica, fomentando educación de calidad, sector privado, innovación, emprendimiento, carreras de ingeniería y técnica. Por eso son valiosas iniciativas como Start-up Chile, estimular a innovadores y emprendedores. Los presidenciables deben proyectar el país con que sueñan, indicar cómo harán viable y posible ese sueño, y decir qué esperan de la ciudadanía. Los políticos no deben solo repetir las demandas sociales ni maquillar los desafíos, sino ordenar todo eso en su visión de país deseable y factible en la globalización. Tendrán la suerte de encontrar una economía sólida, próspera y competitiva, que exige un sueño equitativo, realista y viable para llegar al desarrollo.