Con dos años de retraso nos llega la última película de Nanni Moretti, "Habemus Papam". Que la reciente elección del Papa Francisco le haya dado la oportunidad de entrar a cartelera no está mal. Éste es quizás un momento más adecuado para verla que hace dos años. Con todo, la jugada de este director italiano, que ya nos había conmovido con "La habitación del hijo" (2001) y "Caro Diario" (1993), no deja de ser sorprendente. En un principio, la idea de la cinta no parecía más que un chiste intelectual: un Papa recién elegido no puede con el peso de la responsabilidad, y pide un psicoanalista que lo atienda. ¿Se puede hacer un largometraje entero con una premisa así, sin que se convierta en un chiste demasiado largo? ¿Hay algo más allá de la sonrisa que nos provoca su enunciado? El desafío no era fácil, y basta ver las últimas películas de Woody Allen para darse cuenta de lo mal que resultan los largometrajes cuando uno sólo confía en una idea ingeniosa.
Moretti, afortunadamente, no es Allen, o, al menos, no el Allen de los últimos años. Moretti toma su premisa muy en serio, de una manera que incluso podría clasificarse como tierna y amorosa. Todo ánimo paródico o sarcástico que podría generarse en torno al colegio de cardenales o al cónclave está trabajado en una clave muy sutil, muy suave, donde los dardos van, más bien, hacia la prensa que cubre el evento que al interior de la iglesia. Los cardenales, en lugar de verse como los fríos políticos que nos imaginamos combatiendo sutilmente en la reciente elección papal, aparecen como hombres suavizados por la edad, simples, cálidos, un poco infantiles incluso. El mismo Papa elegido -Melville (Michel Piccoli)- es un mar de humanidad y bondad, que al momento de ser elegido suspira con angustia, y pese a las expectativas, rehúsa a salir al balcón de San Pedro. Todo lo que viene después reafirma esta impresión. Moretti, un hombre de izquierdas que difícilmente califica como religioso, menos aún como simpatizante del grave ceremonial vaticano, no juzga la situación de comodidad y privilegio de un cardenal como Melville, sino que compadece su encierro, su alejamiento del río cotidiano de la vida, su desconexión con el placer de las cosas simples, sus pocas herramientas para enfrentar las expectativas de millones de fieles.
Es cierto que en su segunda mitad la película deriva y se disgrega, como si se hubiera quedado sin un eje claro, pero todo lo que tiene que ver con Melville y su huida por Roma es adorable. La mirada de éste recuerda mucho la mirada de los ángeles en "Las alas del deseo" (1987), de Wim Wenders; es decir, una mirada tierna, amable y desprejuiciada de quien aprecia todo lo que la vida tiene de terrenal justamente porque no puede tener acceso a ella. Comidas con amigos, peleas de los niños, llamados a la pareja, el teatro de Chejov, todo esto es imperfecto pero exquisito a los ojos de Melville, que, por momento, son también los ojos de Moretti, que logra ponernos en el lugar de un extranjero de visita en la vida cotidiana. Melville no juzga, no corrige, no reta, porque no tiene las respuestas. Su pánico escénico, su angustia, ha tenido el efecto de acentuar las preguntas. No es que haya perdido la fe, sino que su fe parece que hubiera tomado un envase menos rígido, menos teatral, menos definitivo.
HABEMUS PAPAMDirección: Nanni Moretti.
Con: Nanni Moretti, Margherita Buy y Michel Piccoli.
País: Italia, 2011.
Duración: 102 minutos.