El movimiento prerromántico denominado "Sturm und Drang", que utilizó el título de la obra teatral homónima de Klinger (1776), impregnó de expresiones apasionadas y tormentosas a otras ramas de la cultura, la música entre ellas. La Sinfonía Nº 45 de Haydn, presente en el programa del lunes de la Filarmónica de Santiago, es catalogada como ejemplo emblemático de la tendencia, aunque sólo el primer movimiento participa de esa estética. En la sinfonía, todo el interés se vuelca hacia el curioso último movimiento, que le da el sobrenombre de "El Adiós".
La anécdota es conocida. El príncipe Esterházy, patrón de Haydn, se trasladó desde Viena a su versallesco palacio de Fertöd en Hungría, en compañía de su corte y todos sus lacayos músicos, los que debieron viajar sin sus familias. Cuando la estadía se prolongó demasiado, los desesperados músicos pidieron a Haydn que interviniera de alguna forma. Haydn compuso esta sinfonía haciendo que al final los músicos fueran apagando las velas de sus atriles y retirándose paulatinamente dejando a dos solitarios violinistas en el escenario. En una época sin sindicatos era una manera dieciochesca de protesta y se dice que el príncipe comprendió y decretó rápidamente el regreso a Viena. En este concierto, la versión fue planteada como una rebelión contra el director, quien junto a sus músicos se reveló como gran histrión. Gracias a la convincente actuación de todos, se logró producir el pasmo de un sector del público que, no conociendo la historia, pensó en un primer momento ser testigo de una sublevación de la Filarmónica.
En la obertura "Leonora" Nº 3, de Beethoven, sólo se echó de menos mayor osadía en el crescendo "por agregación" de las cuerdas antes del apoteósico final, pero tanto esta obra como la excelente interpretación de la Sinfonía "Italiana", de Mendelssohn, revelaron a una orquesta de ejemplar disciplina y estupendo sonido que se adecuó a la dirección fogosa y plena de ímpetu juvenil, algo excesivo, de Konstantin Chudovsky. El director tiene tal fuerza interior que no necesitaría exteriorizarse en una gestualidad tan exuberante que a veces les queda grande a las obras y a la orquesta.