El Gobierno se apresta a celebrar su tercer año en La Moneda con la satisfacción de que las cosas le están saliendo bien.
Atrás quedaron, desde luego, los ribetes épicos del primer año de gobierno, cuando pudo levantar a un país devastado por el trágico 27-F y llevar a cabo el ya legendario rescate de los 33. Atrás parecen haber quedado también las confusiones en las que se sumió el Gobierno luego de la vertical caída de su popularidad y la ola de protestas del 2011. Para el presente aniversario, las encuestas revelan creciente satisfacción de la población con la marcha del país y una paulatina recuperación de la popularidad del Gobierno.
Ocurre que la vasta e infatigable acción del actual gobierno está rindiendo sus frutos. La economía crece a un ritmo cercano al 6% previsto, el desempleo se acerca a los mínimos históricos, la inflación está por los suelos, las remuneraciones reales suben mes a mes, los nuevos emprendimientos y las inversiones baten récords, la productividad comienza a remontar, los servicios públicos se hacen más eficientes, se avanza en educación y salud, se reducen la pobreza y la desigualdad, la delincuencia comienza a ceder. Un libro reciente del ministro Cristián Larroulet describe elocuentemente la impresionante magnitud de la obra realizada en tan breve tiempo.
Es cierto que en los buenos resultados influyen la bonanza del cobre, el impulso de las políticas anticíclicas del 2009 y la reconstrucción tras el terremoto. Pero, como se probó en la década pasada, las buenas circunstancias externas no bastan. Sin las buenas señales de política macro y microeconómica emitidas desde 2010, no habríamos podido cosechar los frutos que hoy palpamos.
Es cierto también que el Gobierno no ha emprendido grandes reformas en áreas clave. En energía, infraestructura, capacitación y competitividad hay una vasta agenda pendiente. La tardanza puede obstaculizar la veloz marcha de la economía. Aunque en buena medida será tarea del próximo gobierno, la actual administración, en su último año, deberá hacer avances significativos.
A pesar de la amplia y fructífera labor realizada, el Gobierno ha tenido problemas para estructurar un planteamiento político atractivo que identifique a su obra. Su discurso ha sonado a veces vacilante y zigzagueante, perturbando a sus partidarios. Pero ahora son sus realizaciones las que hablan por sí solas. Las ideas de la centroderecha en los últimos tres años se han probado en terreno. Y funcionan.